Hurt/Comfort.

1.1K 134 29
                                    

—Ohhhh, ¿pero qué tenemos aquí?

El Rey de las Maldiciones, un ser de gran tamaño y de cuatro brazos miró al pequeño niño de aproximadamente seis años con curiosidad. Aquel joven azabache se encontraba recargado en el tronco del árbol Sakura. Sus ojos azules demostraban miedo, pero al mismo tiempo eran desafiantes, pese a saber que aquel demonio frente a él tenía la fuerza suficiente para matarlo y aquella acción lo divirtió.

Ryomen Sukuna, como también se le conocía, sonrió y se acomodó mejor la sombrilla que tenía una de sus manos. La luz de la luna brillaba en lo alto y la brisa nocturna hacía bailar los pétalos rosas con una hermosa gracia.

—Si te quedas aquí, morirás —Le dijo al menor con tranquilidad. El menor no contestó y trató de controlar el temblor de su cuerpo, pero le fue imposible. El frío de la noche le helaba hasta los huesos y la yukata que tenía no le ayudaba mucho.

Sukuna dio media vuelta y comenzó a avanzar. El niño vio eso y no pudo evitar sentir miedo, miedo a estar solo nuevamente. Era irónico. Prefería la compañía de una Maldición antes de estar solo. Pero si comparaba a los humanos que lo ignoraban y lo miraban con desprecio a la mirada de él, prefería mil veces la de él. Por lo menos Ryomen reconocía su existencia.

—¿Qué esperas?

La voz del Rey de las Maldiciones sacó al menor de sus pensamientos y levantó la mirada. Estaba confundido por las palabras dichas por el mayor.

—¿Qué esperas? —repitió con impaciencia— Sígueme.

Tras aquella orden, el niño no lo pensó mucho y corrió al lado de la Maldición. Quería tomar una de sus manos, como si de esa forma tratara de evitar ser abandonado nuevamente, pero sabía que eso probablemente no lo permitiría. Por ello, se conformó con solo tomar el borde de la manga del kimono blanco con detalles negros. Al ver eso, Sukuna sonrió de lado y no dijo nada. Poco después cambió su forma y ahora ya no era el ser de cuatro brazos, sino que ahora aparentaba ser un hombre humano normal de cabellera rosa.

Sukuna no entendía por qué hacía eso. Tal vez era un capricho, uno que les estaba agradando. Con una mano sostuvo la sombrilla y con la otra, tomó la mano del menor.

En ese momento ninguno de los dos lo sabía, pero era el inicio de una guerra en la que los hechiceros ganarían a costa de la vida de un inocente joven y a costa de una maldición que los perseguiría por generaciones.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

—¿Cómo está Itadori? —Fushiguro Megumi, un joven azabache y estudiante de primer año de la escuela de hechicería, preguntó con preocupación.

Gojo Satoru, un albino de ojos azules y profesor del adolescente, negó aún dándole la espalda. Ambos se encontraban en el pasillo del área médica de la academia.

Megumi entendió el significado de eso y bajó la mirada con frustración.

—Comprendo. ¿Y el...?

—Ya dieron veredicto los altos mandos —interrumpió el albino impidiendo que el azabache pronunciará aquella palabra que no quería escuchar—; será ejecutado. Resultó como se creía. Dentro de un mes a partir de hoy, se llevará a cabo la ejecución... y yo seré el ejecutor. A partir de hoy, tu misión es vigilarlo hasta ese día —dijo para después avanzar y desaparecer por los pasillos.

Comfort.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora