Capítulo 21.

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Pasaron el resto del día construyendo el pequeño castillo que Carolina había soñado tener cuando sólo era una niña y cuando ya estaban a punto de termminarlo y pararon un momento para descansar y tomar algo de beber volvía a sentirse como esa pequeña que soñaba con estar allí con su príncipe azul. Tal vez ya estuviera allí con él, se decía mientras miraba a su amigo con una sonrisa dibujada en la cara. Estuvieron a punto de caerse un par de veces al principio, antes de colocar las paredes, pero mereció la pena el riesgo al ver la casita terminada.

Al día siguiente Carolina tenía la forma perfecta de agradecérselo y por eso estaba con una camisa de cuadros atada en los extremos enseñando el ombligo, unos pantalones vaqueros cortos y unas botas que parecían del lejano oeste. Y como colofón también llevaba dos trenzas a cada lado. Hacía unas semanas le había parecido una estupidez disfrazarse así para hacer una excursión con los niños pero en ese momento las mejillas empezaban a dolerle por su sonrisa que no era capaz de eliminar de su cara. Llevaba a Guillermo cogido de la mano para que no se estrellase con nada ya que llevaba los ojos tapados por el pañuelo que ella había llevado hacía un momento, aunque tenía que resistir de una manera muy fuerte el llevarle de bocas contra algún árbol o algo así mientras recorrían la hípica de Paula hasta el lugar donde esperaban sus monturas.

-Carol- la llamó el muchacho conteniendo la risa-, ¿se puede saber a dónde me estás llevando? Huele fatal.

-¡Shhh!- le mandó callar colocándose un dedo en el labio para reforzar su orden y luego darse cuenta de que él no podía verla-. Vas a estropearlo todo como no te calles, pesado, que eres un pesado. Sí, no me mires así- bromeó-. Es la verdad.

-¿Cómo voy a mirarte si me has tapado los ojos?

-Allí está la gracia- respondió ella riéndose sin parar, tuvo que soltarle para sujetarse la tripa entre carcajadas y él tropezó y estuvo a punto de caerse. Se apoyó en el hombro de su amiga para evitarlo que no paraba de reírse- ¡Huy que patoso...!- se burló sin compasión alguna hacia el pobre chico estallando de nuevo entre carcajadas.

-¡Encima va y me llama patoso la muy...!- se quejó fingiendo enfadarse-. Y antes pesado. Te recuerdo que me has pedido que me pegue 45 minutos de coche para ir a tu casa para luego secuestrarme y meterme en otro coche con los ojos tapados y traerme a un sitio que huele a mierda de caballo- se paró en seco y trató de quitarse la venda de los ojos pero sólo se tiraba del pelo sin lograr nada con el pañuelo-. Exijo... ay... ¡Exijo una explicación!

Carolina se tapaba la boca con las dos manos para que no la oyera reírse porque ya habían llegado a la parte de atrás de la hípica donde les esperaba Paula con los dos caballos que ya habían preparado juntas. Se acercó a su amiga y le dio un abrazo para agradecerle su ayuda, ella le deseó suerte en un susurro y se fue dejándole las dos riendas (una por caballo) en las manos.

-¿Carol? Quítame esto ya, por favor- le suplicó riéndose pero ella no contestó, sólo acarició a Midnight en el cuello mientras sonreía con dulzura hacia Pegaso, tan tranquilo como siempre.

Finalmente el chico consiguió quitarse la venda solito y miró a su alrededor pestañeando para acostumbrar a sus ojos a la luz cegadora del sol del verano. Se fijo en su amiga que se puso de puntillas un instante para volver a bajar con una sonrisa, como si fuera una niña pequeña ilusionada por una fiesta sorpresa. Guillermo la miraba boquiabierto con media sonrisa sin poder creerse lo que veía. Pasaba su vista de su amiga a un caballo, luego al otro y de nuevo a su amiga. Así sucesivamente muchas veces hasta que la chica se hartó.

-Bueno, ¿qué? ¿merece la pena el mal olor? Que quejica eres...

-Mira, voy a ignorar que en último minuto me has insultado tres veces porque tienes dos caballos detrás- le dijo señalándola con el dedo acusador-. ¿Qué está pasando a ver?

La felicidad no tiene nombre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora