II

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"A veces eres una extraño en mi cama
No sé si me amas o me quieres muerto
Me alejas,
Y luego ruega que me quede, sí"

Ruidosos y fuertes gemidos descontrolados retumbaban en su oído, hasta cierto punto volviéndose incluso molestos con el paso de los minutos. Aquella chica era su esposa, llevaban un aproximado de 4 años casados y viviendo juntos, siendo los tres últimos años un caos en esa relación desnivelada, llena de celos, infidelidades, secretos, mentiras más que pequeñas, posesividad excesiva, pero amor. Si, amor.

Un muy lindo amor. Después de todo...el amor lo puede todo, ¿No? El amor supera la barrera de mentiras a sus alrededores, el amor supera que la dulce Ochaco se metiera con su compañero de trabajo casi todos los días, el amor supera el que el tan apuesto Bakugo engañara a su esposa con un hombre que además, era su mejor amigo, luego de cada pelea. Porque, claro, el amor supera cada mierda que se hiciera aquella pareja tan impareja. Mientras existiera amor, ellos seguirían juntos por muchísimo tiempo más, y quizás para toda la vida.

Todo por amor.

ㅡ¡Ah! Ba-Bakugo...¡Mhhg!...Te amo! ¡Ah!ㅡ

Vamos, sigue creyendo esa puta mentira...

ㅡ¡Mierda! ¡Ahg! Y y-yo a ti!ㅡ

Tragate mis palabras...eso es lo mejor que sabes hacer...

Y cada vez que terminaban, volvía la misma rutina. 7 pm, su esposa se levantaba, se ponía bonita para el trabajo y se iba sin más. Ni un adiós, ni un "Ten un buen día", nisiquiera una pequeña nota. Solo una mirada y sonrisas cínicas, dando más que por hecho que siempre lo tendría a sus pies, teniendo control total en su vida, en su golpeado corazón. Porque, por más veces que el rubio intentara alejarse...

Siempre volvía donde alguna vez fue feliz...

Se levantó de la cama sin expresión alguna, el desorden siendo lo más notable en la habitación, recogió algunas cosas, tiró los preservativos usados durante la noche a la basura y tomó una ducha caliente.

Era un día frío, frío en plena primavera, o quizás simplemente para él todas las estaciones eran invierno. Inviernos tan fríos que su propia cama no mantenía el calor si no estaba con quien disfrutaba casi todas las noches. El único capaz de entregarle calidez durante las tormentosas noches era cierto pelirrojo de ojos carmesí. Ese chico era la flama que brindaba el mejor de los calores a su ser, tanto que con estar cerca olvidaba el frío sentir dentro de si mismo, llenándole de éxtasis cada melodiosa palabra que salía de sus labios.

Y allí estaba otra vez...en su puerta. Con el corazón apretado y la cabeza agachada esperando a que le abriera. Sus manos sudaban frío, al igual que el hielo que se comenzaba a derretir de sus ojos. Era un ser miserable, yendo a la brazos de un cachorro lleno de luz. Él lo sabía. Y lo supo aquella noche. Pero no podía detenerse. Se dejó llevar por sus propias necesidades, manchando sus manos del mismo rojo con el que pintó una ilusión en el quebradizo corazón de Kirishima.

ㅡOh...Bakugo, ¿Estás bien?ㅡ

Dio un paso dentro del hogar del pelirrojo, la puerta fue cerrada y no dudó ningún segundo en lanzarse hacia el más bajo, apresando sus labios como si estos fueran a desaparecer en algún momento. Sus manos recorriendo el cuerpo de Eijiro sin cuidado alguno, sin tacto, sin preocupación, como si fuese un simple objeto que si tocabas luego volvía a la normalidad. Le apretó tan fuerte la cintura que dejó una marca inmediata en su piel, haciéndole daño, logrando que de sus labios saliera un fuerte quejido.

El adolorido corazón de Kirishima se rompió otro poquito, el cristal cayendo lento pero apresurado, sus ojos inundándose de sus lagrimas descontroladas.

Teeth • Kiribaku• Donde viven las historias. Descúbrelo ahora