Me regalaron mi primera guitarra cuando cumplí siete años. El instrumento acústico estaba hecho especialmente para niños, con el cuerpo de madera más pequeño que el promedio y una bella funda de color violeta. La había visto unas semanas antes en la tienda de música y le rogué a mi padre que me permitiera quedármela. Aún recuerdo su sonrisa, pues tenía una peculiar mezcla de orgullo y pena.
—Es demasiado costosa, cariño... Pero puedes seguir practicando con la mía.
Mi padre era el dueño de la tienda, sin embargo, eso no significaba que fuera el dueño de los instrumentos. Él también debía pagar para adquirir alguno, aunque fuera con un considerable descuento. Me lo había explicado muchas veces, pero quedé tan enamorada de la guitarra cuando la vi, que -por un momento- logré olvidarlo.
Mi decepción fue enorme, mas me esforcé en sonreír.
—Sí. La tuya está bien, papi —concedí.
La guitarra, enfundada en lona violeta, estaba en mi cuarto cuando desperté en la mañana de mi séptimo cumpleaños. Pensé de inmediato que era un regalo de mi padre, pero me sorprendí al descubrir que en realidad mi madre había comprado el instrumento por su cuenta.
Ella era bibliotecaria y trabajaba en la escuela secundaria de la ciudad. Entre ambos sueldos, mis padres nunca habían ganado mucho, pero mi madre era más organizada con sus finanzas y lograba ahorrar cada mes. La guitarra que tenía en mis manos había sido producto de esos ahorros.
—No te preocupes, vas a pagarme devuelta —me había advertido con su característico tono severo.
—¿Cómo? —inquirí, preocupada.
—Tocando para mí.
Desde entonces, cada noche ofrecí un pequeño concierto a mis padres. Sabía que no era una retribución acorde al gasto, al menos no a mis ojos, así que me esforcé en progresar rápido y convertir las improvisadas prácticas en eurítmicas canciones.
Pero, sobre todo, aprendí a trabajar duro para ganarme las cosas.
Conseguí mi primer empleo de medio tiempo como cajera en un supermercado cuando tenía quince años y, luego, empecé a ganar buen dinero con la banda. Aquellos dos ingresos eran suficiente para mantener los estudios que cursaba: Profesora Universitaria de Música.
Las notas musicales entonaban mi vida y yo estaba enamorada de ellas. Sabía que jamás podría sentir pasión igual por otra cosa. No obstante, por algún motivo, no podía oírlas en ese momento...
Estaba sentada sobre el césped sosteniendo mi bajo, observando la planicie ilimitada frente a mí, acompañada del más presuntuoso silencio, y no podía evocar una sola melodía en mi mente.
Saqué el teléfono de mi bolsillo y volví a leer el mensaje de mi mejor amigo.
Lenon: "¿Terminaste la canción?"
Llevaba ya dos semanas en la casa de los Blackburn y no había avanzado con la música ni con la letra. Lenon estaba impaciente. Él era implacable con respecto a la banda porque era el único de nosotros que no se dedicaba a otra cosa.
Jolly era una exitosa tatuadora, Sterling estudiaba bioquímica a tiempo completo y yo me preparaba para enseñar música. Ninguno contemplaba el presente y el futuro de la banda con mayor devoción que Lenon.
Ya que había descubierto una mejor cobertura de señal para mi teléfono en esa zona, -razón por la que pasaba allí la mayor parte del tiempo-, oprimí el botón pertinente para iniciar una videollamada y mi mejor amigo respondió de inmediato.
El brillo de sus ojos verdes estaba opacado por el enrojecimiento. Los rulos rubios que coronaban su cabeza caían desordenados sobre su frente. Aquello, en conjunto con su sonrisa somnolienta, me indicó que acababa de despertarse.
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Macabro
Teen FictionCuando su abuela enferma, Moira Lombardy decide acompañarla a un pequeño pueblo apartado para disfrutar unas vacaciones. Sin embargo, la casa donde se hospedan pertenece a raros y hostiles habitantes, como el joven Justin Blackburn y su hermana. Las...