Prólogo

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-Louis, ¿estás preparado?

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-Louis, ¿estás preparado?

-No.

-Si quieres podemos...

-No, no es eso. Quiero hacerlo. Necesito hacerlo.

Observo la sala que me rodea. Vacía. Sombría, excepto por un par de focos que miran hacia mí. Silenciosa. Esperando a que yo sea competente de poner en palabras todo lo que llevo años callado, aislado.

Suspiro y me centro en la luz roja que acaba de prenderse. Cojo aire. Al sentirlo entrar en mis pulmones, me da la emoción de que hace mucho tiempo que no lo hago, que no respiro.

Lo busco sin poder evitarlo y lo veo al fondo, fumando rápido y sin mirarme. Sé que ahora mismo no lo haría ni, aunque me plantara frente a él y lo sacudiera por los hombros pidiéndole explicaciones. Sé que en este momento está tan confundido como yo. Sé que le cuesta igual que a mí intentar con esto que hemos accedido a hacer, a contar, a desprendernos de ello como si fuera un pañuelo que cargáramos atado al cuello durante demasiado tiempo.

Han pasado años desde la última vez que nos vimos y me parece que sigue exactamente igual que aquel día, cuando nos despedimos frente a aquella cerca estropeada de color escarlata.

Tiene la mirada fija en el suelo; parece perdido en esas memorias que ha recuperado y su pierna tiembla como resultado de la inquietud que le causa estar aquí, con nosotros. Conmigo, posteriormente de lo vivido.

Aún me asombra que haya aceptado venir.

Trago saliva y deseo volver a ser aquel Louis que conoció hace tanto y que le habría exclamado por sus actos y sus silencios, quizá también le habría pedido perdón, pero yo ya no soy el y no... no... no puedo culparlo por lo que acaba de ocurrir, no puedo culparlo de nada, en realidad, pero tampoco entiendo por qué lo ha hecho.

Por qué lo ha dicho.

Por qué no lo reveló en su momento.

No lo entiendo.

No, ahora.

O quizá el problema sea que de pronto lo entiendo todo.

Ojalá fuese capaz de enfadarme con él, pero, de repente, tras sus palabras, me ha golpeado la sensación de que no tengo derecho a hacerlo. No tengo derecho a nada después de todo lo que me dio.

Las piezas de mi vida se unen y encajan en mi cabeza, como si por fin tomaran forma, y él se encuentra en un lugar que antes de reencontrarnos estaba desocupado.

Cierro los ojos y echo la vista atrás hasta un día de invierno.

Al instante, lo siento hundirse dentro, como pequeñas agujas.

Y es que el pasado siempre duele, aunque se conmemore con cariño, casi con anhelo. Pestañeo y vuelvo a hacerlo; vuelvo a observarlo, mientras él mira a la nada.

Sé que la cámara me está grabando y yo aún no he articulado ni una palabra, porque no puedo apartar mis ojos de allí, del fondo de esta pieza, conmemorando una puesta de sol en la que yo cumplí un «ojalá» y él me entregó algo más que no supe ver. En la que él dejó de esconderse, pero yo estaba tan ciego que únicamente ví un atardecer.

Lo que fuimos y nunca llegamos a ser (En Proceso Y Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora