El hombre de la cámara - IV

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Advertencia: Este capítulo contiene descripciones de violencia y gore.

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Después de que Giorno Giovanna hubiese tomado las riendas de Passione, una de sus primeras acciones como Jefe había sido mandar a Cioccolata y a Secco a tomar por culo. Su rencor hacia la pareja había sido tal que había llegado a amenazarles con su nuevo y flamante Stand, avisando al ex-doctor de que volvería a meterle de hostias durante un minuto si se volvían a ver las caras.

Para Cioccolata, eso de estar a punto de morir, perder un brazo, y que le echasen de la Mafia, todo aquello seguido, había sido bastante. Estaba listo para empezar una nueva vida grabando películas snuff artísticas y vendiéndolas por buenos precios en aquel sitio web conocido como eBay, y haciendo de las suyas como doctor clandestino. Ni siquiera le hacía falta mudarse a un pueblo remoto en Islandia junto a Secco o alguna burrada de ese estilo. Con vender los órganos que había robado a lo largo de los años le bastaba para mantenerse económicamente.

Y, debido a su antiguo trabajillo como mafioso, Cioccolata tenía la repera de contactos en el inframundo. El número de su antiguo profesor de Matemáticas reposaba tranquilo junto al de un señor que podía enviarle gente secuestrada para sus jueguecitos maquiavélicos. El teléfono de la panadería favorita de Secco, justo al lado del de un traficante de drogas alucinógenas. Así se extendía la lista, resultando en una turbia combinación de personas inocentes e individuos neuróticos.

Cioccolata había repasado esa misma lista con bonanza hace un par de días, mientras estructuraba una nueva película de las suyas. Había llamado al tipo de los secuestros, un hombre bien entrado en sus 50 años, diciéndole que le enviase a un sujeto joven. Durante su espera, había estado desarrollando la película, pensando meticulosamente en qué órganos extirpar y en qué instrumentos de tortura emplear.

Y, tras una buena espera, él y Secco habían limpiado su sótano de todo el polvo que se había acumulado, y lo habían preparado para montarse un peliculón como Dios mandaba. Secco esperaba sosegado, su cámara reposando sobre el trípode, su cuerpo cubierto por capas y capas de prendas largas y cálidas y unas zapatillas de estar en casa, habiendo dado un descanso a su Stand.

Cioccolata deambulaba alrededor de la habitación, sus tacones percutiendo sobre el suelo de una manera casi rítmica, observando al tipo que protagonizaría su nuevo vídeo. Se hallaba cubierto por una fina manta de color celeste, postrado en una camilla de hospital que muy seguramente había robado junto a Secco. Sus instrumentos quirúrgicos posaban sobre una mesa cercana, todos colocados y abrillantados como le gustaba que estuvieran.

Antes de darle la señal a Secco, Cioccolata, como si de un truco de magia se tratase, levantó la manta, revelando al sujeto que había escogido. Era un jovenzuelo de la edad de Secco, con cabellos castaños que le llegaban hasta el cuello, y un cuerpo firme pero no muy ejercitado. El sujeto se encontraba inconsciente, estado en el que permanecería una media hora, durante la cual Cioccolata guarrearía con él como un infante con su nuevo paquete de acuarelas.

Cioccolata sería sorprendido cuando Secco, nada más ojear al muchacho, abrió los ojos de par en par, casi tornándose pálido, su sangre casi siendo ahuyentada de su cara. Permaneció en ese estado por unos momentos, hasta que dio un par de pasos discretos hacia el muchacho, observándolo fijamente.

"¿Ocurre algo, Secco?"

Secco permaneció callado unos segundos.

"Cioccolata... Espero que no te importe, pero... Quisiera pedirte algo."

"Dime pues. Sabes que siempre estoy abierto a tus solicitudes."

"Podrías... ¿Podrías dejarme a mí eso de abrir al tipo en canal, y, y todo eso que haces durante nuestras películas?"

cuando zarpa el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora