2. Hombre De Familia

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Valora cada momento de tu vida como si fuera el último, nunca dejes para después las cosas porque el futuro es incierto.

—Entendido, señor Hoffman, tendré eso en cuenta al momento de entregar los reportes —contesté—. Usted no se preocupe, tendré todo listo a la hora.

—Confío en usted, señor Pole —dijo y colgó la llamada.

Vaya día de mierda tuve hoy, como si no fuera poco trabajo el hacer esos reportes, todavía debía corregir los que estaban mal hechos. Ese es el problema de contratar a mocosos que a duras penas aprenden algo en la universidad y luego excusan sus estúpidos errores diciendo: “Es para ganar experiencia”. Mongoles.

Mi celular vibró, esperaba que no fuera Hoffman con sus idioteces sobre los informes otra vez porque sino… No, era de esa app de mierda. En la notificación decía: “Primera sangre”. ¿Qué carajos acababa de pasar? ¿Acaso alguien ya había asesinado a otro participante?

Abrí la aplicación y revisé la tabla de posiciones, había un ligero cambio. El número 12 estaba en la cima con 475 puntos y el número 21 se encontraba de color negro debajo de todos con 0 puntos.

Al inicio pensé que era una broma de muy mal gusto pero… sentía que esto era real, esa voz y esa reunión fueron reales, no hay forma en que alguien haya gastado todo su dinero sólo para gastarle una broma a un oficinista promedio.

—¡Agh! —bufé—. Debo dejar de preocuparme por algo así y terminar mi trabajo.

Las cosas en la oficina eran de lo más normal. Mi rutina diaria era la de levantarme, como siempre, a las 6 de la mañana y bañarme, en lo que mi esposa me hacía el desayuno. Luego, tomar el bus a eso de las 7 de la mañana y llegar a la oficina antes de las 8, porque el jefe era de esos amargados a los que le gustan las cosas puntuales y directas.

Mi día a día era trabajar como mula para recibir una paga aceptable con la que pueda mantener a mi hija y a mi linda esposa. Así es, nada fuera de lo normal. Salir de la oficina a las 7:30 de la noche y hacer fila para tomar el infernal colectivo para volver a casa, cenar y dormir. Nada más ni nada menos.

Por si esto fuera poco, además fui “elegido” como uno de los participantes de ese absurdo y estúpido juego. ¿Eliminar a los demás? ¿Qué clase de Dios te pediría matar para beneficiarte? Peor aún, tomar su lugar por cien años. Parece sacado de una película de ficción donde el autor se fumó de la verde vencida y luego le ordenó a un unicornio que escribiera el guion.

Las horas pasaban como una corriente de agua, casi sin darme cuenta ya eran las 7 de la noche. Aún faltaba organizar algunos papeles para terminar, aunque ya estaba demasiado cansado, no, más bien… aburrido. Ya no quería hacer nada, estaba harto de la vida y lo único que me motivaba a seguir era mi familia.

Salí de la oficina y observé al humilde restaurante al que iba a comer todos los días, habían comprado un carrito para vender hamburguesas y estaba en plena avenida para captar más personas. Me acerqué mientras abría mi billetera y sacaba un par de billetes.

—Me da una hamburguesa de carne, por favor —pedí amablemente.

La vendedora era muy joven, como de 20 años. Era muy bonita, su cabello negro y su tez ligeramente bronceada eran un encanto natural que no encontrarías en cualquier lugar.

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