NO ROBARÁS

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Ya es muy tarde en la noche, cuando Miguel se baja del ascensor en la décima planta del edificio en el que vive. Agotado camina por el silencioso pasillo hasta su puerta, hace malabares con el paquete que le entregó el recepcionista. Entra al piso y deja caer el paquete, la chaqueta, las llaves y el móvil en el sofá.

Camina hasta el baño y como un autómata se desnuda para meterse en la ducha y dejar que el agua ardiente se lleve el sudor y algo del cansancio. Tras ponerse unos calzoncillos cómodos y la parte de abajo de uno de sus pijamas, se dirige a la cocina y mete un pan en el horno. Vuelve al salón y con una leve sonrisa gira el paquete en sus manos. Cuando va a tirar del papel adhesivo se da cuenta que el paquete ha sido abierto previamente.

Lo abre y mira el masturbador, furioso ve como semen se desliza del aparato. Desde hace cosa de un mes, todos los paquetes que pide, le están llegando abiertos y usados. Le encantan los juguetes sexuales y suele comprarse algo una vez cada dos o tres meses, pero dado que le venían las cosas usadas, este mes ha comprado varias cosas más y todas le han llegado usadas.

Es cierto que se marcha temprano en la mañana, a eso de las ocho y ha estado regresando sobre las diez y media de la noche. Pero en días suelto que entró mucho más tarde al trabajo, pudo descartar al recepcionista y al mensajero como los culpables. Dando vueltas a la cabeza, pensando en un plan para pillar al asqueroso hombre que le está jodiendo la existencia, regresa a la cocina para prepararse la cena.



Por fin son sus dos semanas de vacaciones, tras comprar una pequeña cámara la escondió en la pequeña oficina de la portería, obtendrá cerca de veinticuatro horas de grabación. Realizó varios pedidos y sabe que el repartidor dejará alguno en las próximas horas.

Nervioso y con ganas de saber por fin quien le roba, ha planeado todo el día para mantenerse ocupado. Tras limpiar a fondo su casa, se marchó al gimnasio, almorzó con unos amigos y fue al cine, sin saber que más poder hacer, decidió pasar por el supermercado y cargado con una gran compra regresó al edificio.

-Buenas tardes. -Su vecino de la puerta de al lado, de unos diecisiete o dieciocho años le saluda con una gran sonrisa. - ¿Le ayudo con las bolsas?

-Buenas tardes. -Responde Miguel, gratamente sorprendido por la amabilidad del niño. - ¿No te importa llevarme dos bolsas?

-Puedo llevar alguna más. -El flacucho chico, con unos vaqueros negros muy estrechos y llenos de agujeros, la camiseta con un gran escote en forma de pico, de color verde y cara de niño angelical, entra al ascensor tras levantar del suelo varias bolsas de la compra. -Por fin llega el ascensor, hoy hace mucho calor.

-La verdad que sí, en agradecimiento te invito a un helado de los que compré. -Miguel pulsa el botón de la décima planta. - ¿Te apetece?

-Muchas gracias. -La sonrisa ilumina la cara del niño, Miguel trata de recordar su nombre sin ningún éxito. -Hace tiempo que no coincidimos. -Continua el chico hablando, mientras el ascensor sigue subiendo.

-Últimamente he tenido mucho trabajo, he salido muy tarde. -Le cuenta mientras enfoca la mirada en el panel donde indica las plantas por las que van pasando. -Pero ahora tengo unas semanas de vacaciones, supongo nos veremos por el edificio.

-También estoy de vacaciones, que casualidad. -El niño le empieza a contar muy ilusionado. -Hasta septiembre no empiezo las clases.

Por fin llegan a su piso, los dos cogen las diversas bolsas y se encaminan a la casa de Miguel. Abre relajado y se dirige a la cocina, seguido del sudoroso niño. Le invita a sentarse mientras guarda toda la compra y después se sienta frente a él abriendo la caja donde están los helados.

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