Juntos

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Era una extraña amistad, amigos que se sienten todo menos eso. Una amistad que camuflajeada siempre ocultaba algo mucho más profundo, casi indescifrable; un deseo irrefrenable por la cercanía, por el roce de sus manos y el aliento cálido sobre los labios. Miradas llenas de complicidad acompañadas con una sonrisa que se extendía de lado a lado como listones rojos y que muda, recitaba melodías que no creyeron que existían. Se volvieron sin saberlo, compositores de media noche, cuando se tomaban de las manos en una habitación tenuemente iluminada por una quisquillosa luna mientras respiraban el mismo aliento que compartían de la misma boca (siempre la de él). Cuando estaban solos ya nada importaba, las máscaras se ocultaban bajo la cama y entre las sabanas ellos, solamente ellos, desnudos, sin nada que ocultar.
Cómo comenzó todo es un misterio. Para cuando se dio cuenta de lo que sentía ya era muy tarde, abrazados y él con la necesidad incurable (hasta el momento) de no querer separarse hasta ahora nunca de él. El oxígeno de pronto dejo de ser indispensable después de conocerse, se volvió una segunda necesidad. Completamente loco, en un principio darse cuenta fue difícil, como el huracán que lo arrastra por el mar y lo zambulle sin dejarle saber cómo reaccionar, le empujo sin aviso ni misericordia al abismo. Se ahogó en los brazos de él y le gustó. Primero pensó en pasión disfrazada de amor y luego en amor disfrazado en pasión, más tarde no pensó en nada; porque nada tenía explicación, no debía haber razón para lo que sentían. Todo fue tan espontaneo. Pero tampoco lo admitían en voz alta, ninguno de los dos por temor a quién sabe qué. Quizás, temor por los demás, temor por ellos mismos. Temor al fracaso. Se quedaron callados y dejaron mejor que las acciones hablesen por sí mismas, se volvieron mudos que explotaban los sentidos que les sobran (y uno que otro que se inventaban), se enamoraron de las caricias, los besos y el palpitar ensordecedor del órgano bajo el pecho. Se volvieron adictos al otro.

Conocerse fue una coincidencia divina, intentaba convencerse. Una sorpresa que le dejó con la sensación agradable en el paladar y a partir de ese momento ya nada fue igual. Compartieron sus vidas y de pronto se vio entregándosela toda. Siempre en silencio, siempre  en secreto.

Ocultos en un callejón para un beso urgente, un beso necesitado. Un día inesperado, tal vez inconscientes se atrevan a hablar de lo que sienten, de la desesperación atropellante en el pecho y del amor que no es amor, pero que es algo más. Uno junto al otro hasta que las paredes de la habitación que comparten se derrumben, se quiebren y se deshagan sobre ellos; juntos hasta que el temor desparezca y aún más juntos cuando acepten que no están solos y se tienen, juntos hasta que se den cuenta que nada es unilateral entre ellos y ningún temor es  suficiente para acabarlos. Porque es el amor que buscaron, el amor que buscaban, el que les encontró, el único amor.

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