Ushuaia

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Antes del viaje nuestra vida era "normal", lo que nosotros considerábamos como "normal" al menos.

-Armen las valijas.- Dijo mi papá - nos vamos de vacaciones de invierno.Y solo así fue, nadie discutía mucho sus decisiones. Mi papá es un hombre soberbio, frió y egocéntrico, cuesta mucho hasta el momento poder mantener una conversación, ya que constantemente se cree superior a los demás.

- Pero... amor no tenemos ropa para soportar tanto frió.- dijo mi mamá con voz preocupada

- Se pondrán prendas encimadas Ana, pero irnos nos vamos.- y de esta manera nos dimos cuenta que Él finalizo la charla.

Era lunes temprano y ya estábamos los cuatro despachando las valijas en el aeropuerto. Nuestra primera vez en un aeropuerto, era un lugar enorme, muy espacioso. A nuestra derecha veíamos un bar muy lujoso y fino con pocas personas, supongo que porque era demasiado temprano. Al haber poca gente pude detenerme a mirar de lejos a una joven muy hermosa, de cabellos rojos como el fuego, que estaba esperando su pedido en una barra de mármol.

Mi abuela se quedó cuidando las mascotas en casa, nos dijo que cuando llegásemos a Ushuaia le mandemos un mensaje, para que se quedara tranquila y así lo hicimos. Durante el viaje mi hermana, Camila, que es un poco más chica no paro de molestar.

Mis padres en las calles centrales se agarraban las manos para caminar, y se miraban como si estuvieran enamorados, cosa poco usual, en casa no hacían semejantes cosas. Hasta sonreían, verdaderamente con mi hermana pensábamos que en vez de ser París la "ciudad del amor", lo era Ushuaia.

Fue un viaje mágico. Así lo describimos con Cami, hicimos muñecos de nieve, visitamos el Faro del "fin del mundo", papá y mamá nos escucharon y hablamos de muchas cosas que en nuestro hogar no, ya que ellos trabajaban demasiado. Me sentí escuchada y acompañada, un viaje único e inigualable. Para mi madre el viaje fue un alivio, ya que no debía lidiar con las cosas del hogar sola, como de costumbre, cansada y luego de trabajar. Papá hizo lo de siempre, molestarnos con sus fotos para sus parientes que viven en otro país.

Cumplimos las dos semanas de vacaciones. Llego el retorno a casa, me puse triste, aunque al principio no quería viajar porque había sido una obligación para nosotras. Habíamos pasado dos hermosas semanas sin discutir, ni entrar en ningún conflicto mayor a decidir dónde comer.

Me puse feliz al ver a mis mascotas, mi gato Toti y mi perrita Perla nos habían extrañado.

No había notado nada raro hasta la segunda semana después del regreso a la Ciudad de Buenos Aires. Empezamos a pelear, a veces (por no decir siempre) sin motivo. Mi mamá estaba con cara triste, papá miraba la tele. En las cenas nadie se miraba, empezamos a comer en menos de media hora, sin hablar ningún tema de interés.

Fue entonces cuando me di cuenta que no éramos felices y que nuestro viaje solo fue una triste escapada de la penosa realidad.

Parecíamos piezas de rompecabezas diferentes todos, ninguno encajaba entre sí. Las charlas con papá volvieron a ser complicadas como esquiar en una montaña empinada sin previo conocimiento. Ellos dejaron de hablarse. Nosotras íbamos turno completo al colegio y por la tarde teníamos actividades extracurriculares, no los veíamos lo suficiente como para esperarnos lo que se venía.

- Me voy - dijo aquella tarde mi padre.- ya no me banco nada.

Y entonces cobró aún más sentido todo para mí. No había motivo aparente para que sucediera aquello que veía tan lejano. Todo lo ocurrido lo consideráramos "normal", antes del viaje, como para que estas actitudes tan rutinarias, como lo eran los gritos y peleas cambiaran algo. Entonces ya "lo normal" no lo era, o no debería haberlo sido nunca.

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