15. CENA FALLIDA

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Decidió invitar a Harry a cenar

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Decidió invitar a Harry a cenar. Sus ganas de contactar con Tony eran constantes, y el multimillonario no se lo ponía fácil enviándole mensajes por Telegram cada dos por tres, pidiéndole disculpas y proponiéndole quedar para arreglar las cosas.

Peter sabía que no había nada que alegrar. No mientras Steve Rogers siguiera calentándole la cama.

Por eso, y aunque se sentía mal sabiendo que se estaba forzando, había decidido intentar labrar una relación con su amigo más íntima y especial. Las cosas forzadas no salían bien, pero quizás, si insistía un poco...

No era ninguna mentira que Harry le gustaba. Siempre le había parecido un chico guapo e inteligente. Si bien no era Tony (y, debía metérselo en la cabeza, jamás lo sería) sabía que una relación con él iría enfocada hacia el éxito.

Tan sólo debía olvidarse de Tony...

—¿Adónde dices que me llevas?—le preguntó Harry, sacándolo de sus pensamientos.

Peter abandonó su disociación y recordó que se hallaba en plena calle, caminando de la mano con Harry.

—¿Eh? Ah...—titubeó, mirando a todas partes—. En realidad no lo he pensado, pero seguramente algún sitio barato. No sé... un McDonalds o...

Harry se detuvo en seco y le miró con la boca entreabierta, comenzando a esbozar una sonrisa.

—¿Un McDonalds?—Y su sonrisa se transformó en una pequeña carcajada—. Peter... ¿Vas a llevarme a un McDonalds en nuestra primera cita? No seas cutre—Le palmeó la cara delicadamente—. Deja que te lleve a un sitio. Invito yo.

Entraron al metro y lo llevó hacia Manhattan, dirigiéndose a un sofisticado restaurante, cuya entrada consistía en un amplio jardín descubierto, bien cuidado y con un camino de baldosas que llevaba hasta la puerta.

Peter se detuvo ante esta.

—¿Qué pasa, Pete?—le preguntó Harry—. ¿Algo va mal?

—No. Es sólo...—Se miró a sí mismo—. No sé si me dejarán entrar.

No es que estuviera vestido con harapos precisamente, pero quizás su camisa y sus vaqueros negros no casaban con la etiqueta del lugar.

—Claro que lo harán—le tranquilizó su amigo, sonriéndole—. Aquí me conocen—Le tendió la mano—. Vamos.

No estaba equivocado. El maître le saludó por su nombre y apellidos nada más verle, y guió a la pareja hacia una de las mesas para dos.

Peter se acomodó mientras miraba a todas partes. Los clientes vestían con esmóquines y ropas finas, y bebían y comían platos a los que no era capaz de ponerles un nombre.

—Relájate—le dijo su amigo, divirtiéndose con su incomodidad—. Te va a gustar, ya verás.

—No lo pongo en duda. Una cena aquí debe de costar tres meses de mi sueldo... o más.

TÓXICOS (Starker)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora