Había muchas cosas que Laurent había previsto sobre lo que sucedería con Vere y Akielos en los diez años que habían pasado desde aquel juicio, en donde tanto Damen como él habían vencido, pero aquella no era una de ellas. Era como si algo se hubiera deslizado por el costado, desarrollándose en el margen de su entendimiento, hasta que sencillamente había sucedido, y ahí estaba.
Acababa de volver de Arles al nuevo palacio que se alzaba en lo que hacía una década era una frontera, y seguía siéndolo, en realidad, en muchos sentidos. En el camino se había detenido una noche en Nesson, para reunirse con Charls (haciéndose pasar por su primo, por supuesto) y obtener algo de esa información que no podía conseguirse desde las fortalezas y palacios aristócratas. Entonces lo vio.
Ahí estaban, en la posada (esa que conocía y recordaba tan bien). Eran dos jóvenes en una mesa apartada que sostenían las manos del otro con devoción y se miraban con fanatismo mientras hablaban en tenues susurros. Cada uno en una muñeca llevaba un brazalete de oro. Uno como el que él mismo tenía puesto. Arqueó sus pálidas cejas, intentando entender qué ocurría allí.
Lo había visto más veces durante el viaje, esta era la tercera. Antes fue en una de las colonias akielanas que se habían asentado en Acquitart, durante la ida. Un chico, alto y moreno, susurraba palabras al oído de una muchacha, replegados en una esquina. Le había sonreído y había cerrado en torno a la delgada muñeca de ella un brazalete de oro antes de besarla. Ella, por cierto, parecía veretiana. Sus padres no estarían muy felices. Después, antes de volver, creyó ver a dos mujeres caminando casualmente por las calles de Arles con el mismo ornamento.
-Charls - le dijo a su acompañante, interrumpiendo su charla sobre la subida del precio de la lana patrana. - ¿Qué es eso?
El comerciante miró a donde su rey le señalaba levantando el mentón, intentando ver a qué se refería, hasta que se dio cuenta y abrió los ojos, nervioso. Parecía no estar seguro de si era buena idea contarle a Laurent sobre el asunto.
- Es...Algo que se puso de moda entre los jóvenes - explicó. - Uhm... Lo hacen para simbolizar su unión. Ya sabéis...Sabes, primo. Como los reyes de Akielos y Vere.
-Ah -. Sus cejas volvieron a arquearse mientras se echaba hacia atrás en la silla, rumiando las palabras de Charls, sin despegar la mirada de la pareja. - Comprendo.
Ahora, en el Palacio de la Frontera, el asunto volvió a su mente mientras revisaba algunos documentos que detallaban las cláusulas de un acuerdo comercial con Patras. Frunció el ceño, sin saber muy bien si le disgustaba o no.
Tendría que haberlo visto venir. La historia de cómo Damen y él habían detenido el doble golpe de estado, de como su unión había unido a dos países que se odiaban entre sí, era la clase de historia que le gustaba a la gente. De hecho, era la clase de historia que él mismo amaba leer de niño.
Los rapsodas de Akielos y los trovadores de Vere habían compuesto toda clase de canciones sobre ellos, desde cantares de gesta épicos hasta baladas de amor. Hablaban sobre sus victorias y tragedias, sobre el amor que había florecido entre ellos.
Por supuesto esas canciones y poemas épicos no contaban todo, porque presentaban el dolor y la rabia embellecidos, como debían a su naturaleza. No hablaban de la mugre que los cubría después de la batalla, de la sangre coagulada sobre la ropa después de matar, ni de la humillación que se revolvía en el estómago, ni del miedo que atenazaba la mente y los músculos.
Describían el suicidio del bello Aimeric, por ejemplo, como un cuadro, y no como lo que fue en realidad: un episodio de rabia y llanto, de culpa. Hablaban de su rostro hermoso y sin vida omitiendo que tenía la mejilla destrozada, o como la sangre se había coagulado en los puños de su camisa. No hablaban sobre como la cabeza de Nicaise no tenía ya sus ojos cuando la sacaron, putrefacta, delante de él... Porque la verdad era, pensaba Laurent, que no hay nada bello en la muerte. Tampoco hablaban de sus pecados, que no eran pocos.
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Los Brazaletes
Romance"Los brazaletes que ambos llevaban simbolizaban lo que los había unido, sí, pero también muchas cosas terribles, como la espalda llena de cicatrices de Damen, y el odio y el maltrato. Cosas que aún hoy hacían que el estómago de Laurent se apretara...