Capítulo 5 Parte "A"

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Porque atónita se había quedado ante la negociación de sus servicios, aquel hombre que autorizara "la compra", llegó hasta Candy; y disculpándose con el cliente, a disimulados, pero bruscos empellones la condujo afuera, donde, al sentir que la joven peleaba por zafarse de su amarre, la tomó de los brazos para zangolotearla rudamente conforme le decía:

— ¡Te valdrá mejor que cooperes!

Forcejeando inútilmente, ella, aterrada, gritaba:

— ¡No quiero!

— ¡No te estoy preguntando!

Luego de decir lo último, el hombre, brutalmente la azotó contra la pared, sintiéndose Candy aturdida por unos momentos, ya que su cabeza se había estrellado contra el duro muro, y por el mismo, su cuerpo se deslizó.

Haciendo esfuerzo sobrehumano, la pecosa resistió de no caer en la inconsciencia, y desde su lugar miró al negociante llegar, y escuchó cuando le solicitaba al encargado:

— No es necesario que la maltrate —. Y a ella, en lo que la ayudaba a ponerse de pie, cuestionaría: — ¿Verdad que serás buenita por tu cuenta?

Cuando la mirada llorosa se encontró con la de ese comprador, Candy pudo percatarse del guiño de ojo de complicidad que él le dedicara.

Sin saber la razón, aquel gesto le brindó confianza; y tímidamente "la servidora" contestaba:

— Sí.

La Madame, quien también se había unido a ellos, abrazó a la pequeña pupila; y a una señal, indicó el marcharse, llevando a la pareja hasta su suite de estilo renacentista.

Abrigada de pies a cabeza por el miedo, Candy observó cómo su institutriz era espléndidamente gratificada.

Demostrando urgencia, el hombre le pidió los dejara a solas; pero por una cosa u otra, la joven, conforme lo veía acercarse, ella se alejaba de él el cual decía:

— No temas, porque no te haré ningún daño.

— ¡¿Quién es usted?! — ella quiso saber.

— Aunque te diga mi nombre, no me reconocerías, pero te aseguro que me mandaron por ti.

— ¡¿Quién?!

Debido a que la joven alzó demasiado la voz, el hombre pidió guardara silencio; y retrocedió sus pasos hasta llegar a la puerta para silenciosamente abrirla y vigilar el pasillo. Al no ver a nadie, se giró a ella para pedirle se acercara a él.

Tragando saliva, Candy, de inmediato, no obedeció. Entonces, al no percibirla a su lado, el hombre para infundirle más confianza, revelaba:

— ¿Conoces al Duque de Granchester?

. . . . . . . .

Habiendo comprendido que su orgullo real no le había conducido realmente a nada, Richard, ocupando solo, la villa de Escocia, se había sentido egoístamente abandonado por su hijo.

Él, a su manera, lo quería; y el haberse enterado que Terry había preferido el amor de Eleonor, y que por ella, había dejado toda la alcurnia para marcharse a América y seguir sus pasos, más le dolía.

Pero aquella simple plática sostenida con Candy y el gusto de ella para con su hijo, al Duque le había removido sus más recónditos sentimientos. Por lo tanto, arrepentido y para conocer y saber de su primogénito, ¿quién más que la chiquilla de Pony para darle informes de él?

No obstante, al enterarse por medio de la Hermana Grey y confirmado por los amigos, de que la joven Andrew había abandonado el colegio San Pablo y que nadie tenía noticias de ella, el noble, para pagar el favor negado a su hijo, por su cuenta, se había propuesto buscarla y tal vez, con esa buena intención de su parte, compensaría un poco de lo mucho malo que hizo con Terry.

Consultando a sus confidentes influencias para solicitarles informes de los mejores en sus ramas, Richard había contratado los servicios de un investigador, quien, vistiendo los harapos de un pordiosero, se escurrió en lo más sucio de la ciudad y dio con el primer burdel donde Candy había caído.

Consiguientemente y disfrazado de marinero, se coló en el barco italiano y se bajó con ella cuando la llevaron a Florencia. Y ahora actuando como todo un elegante cliente, se había presentado con Candy, la cual, por fuera y por dentro lloraba emocionada, ante lo que era su obvio rescate al que se puso toda la atención para llevarlo prontamente a cabo.

Estudiada la casa estaba; y se conocía entradas y salidas que, por supuesto, se encontraban vigiladas, excepto una... el conducto de aguas negras que caían en un río un tanto profundo.

Sin importarle la hediondez que sabía el lugar emanaría, Candy prometió obedecer en todo para salir bien librados de ahí.

Aceptado el acuerdo y la chica poniéndose detrás de él, el hombre nueva y lentamente abrió la puerta, y sigilosos abandonaron la habitación para emprender la huida.

Se recorrieron pasillos y escaleras que iban hacia arriba y luego todas hacia abajo, hasta que al inicio de un túnel, el rescatista se detuvo para sacar su pañuelo y colocarlo a medio rostro de Candy quien olió aquel perfume que quedaría por siempre impregnado en ella, porque...

Todo había salido a la perfección, y estaban a escasos metros por saltar a las sucias aguas cuando escuchaban:

— ¡Deténganse! ¡No den un paso más!

Obviamente, los escapistas no obedecieron, y detonaciones retumbaron en el oscuro espacio.

Oyendo también la indicación de que pasare lo que pasare, no se detuviera ni devolviera sus ojos atrás, Candy finalmente saltó al vacío, gritando en el trayecto, ya que, algo muy caliente le había atravesado cierta parte de su cuerpo y se lo carcomía severamente.

Pero al estar en el agua, un bulto cayó justo encima de ella y la sumergió más en la negra profundidad; y a pesar de que su herida la debilitaba, la chica peleó fieramente contra todo para salir a la superficie que difícilmente se dejaba alcanzar y que tenía de aliada: la escases de oxígeno que cobardemente comenzó a hacer su parte.

MELODÍA OLVIDADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora