Ángel suspiró pesadamente después de ver cómo se negaba a abrir la cortina del probador.
—...Es ropa normal y corriente. Así no llamarás la atención.
—Vuestro concepto de normal y corriente roza lo vulgar y el mal gusto, mi buen ángel. Esto es... demasiado estrecho, y es agobiante.
—Porque no tienes que abrocharte hasta el último botón. ¿Puedes abrir para que lo v...?
—Oh, no, infiernos. Ni hablar. No vais a verme con semejante disfraz puest- ¡AH!
—¡Shh! ¡Baja la voz!
Porque además de otros clientes que paseaban tranquilamente por la tienda de aquel centro comercial, la propia dependienta ladeó la cabeza al escuchar el grito de Fausto. Con unas sentidas disculpas al verla, Ángel simplemente le dedicó su mejor sonrisa antes de colarse en el probador, cuya cortina había abierto de repente. No es que llevar una hora y media de pie esperando le estuviese sentando bien y sólo para un único conjunto de ropa:
...El traje de chaqueta y corbata que tan horriblemente mal se había puesto y que, sin embargo, hizo que se detuviese unos segundos al verle.
—Si vais a reíros podéis abandonar este cuarto de torturas. Esto es ridículo, absurdo, sin sentido, e incómodo —musitó Fausto, todavía peleándose con la corbata frente al espejo.
—Te... pregunté y me pediste que te diese lo más formal que existe en este tiempo.
—¿Y los caballeros de renombre de vuestro tiempo verdaderamente llevan estos atavíos por la calle? Es muy poca ropa. Apenas son dos capas. Es horrible.
Pero lejos de todo cuanto salía por esa boca arcaica, Ángel no podía evitar sorprenderse al comprobar lo bien que le sentaba, en el fondo, aquel traje. Fausto era alguien altísimo, pero no había reparado en que además portaba una buena percha más allá de lo que se dejaba ver con la casaca que tan difícilmente había dejado en casa. Tal vez tardase demasiado tiempo en asimilar que estaba hablándole a la misma persona, especialmente cuando tampoco había ni rastro de aquella peluca. Estaba despeinado por su ensañamiento con la camisa y la corbata, pero definitivamente no era un rostro de aquella época. Estaba... Bueno. Ángel se corrigió. Era un hombre muy atractivo dentro de la aparente excentricidad de sus marcados rasgos. Caer en la cuenta de ello, sin embargo, hizo que se sobresaltase cuando se topó con los inquisitivos ojos de Fausto ante tanto silencio.
—¿Qué me miráis, querido? He dicho que podéis reíros. Oh, esperad —murmuró, frunciendo el ceño, divertido, antes de inclinarse un poco hacia él—. ¿...Eso que veo en vuestras mejillas de querubín es un ligero rubor?
—¿Qué...? No. Claro que no. Cállate y estáte quieto. Te lo has... puesto mal. Eso es todo.
—Ugh. ¿Cómo no voy a ponérmelo mal si he tenido que vestirme yo sólo? Es una falta grave de decoro no contar con un ayudante de cámara para esto. ¿Lo sabéis?
—Me temo que vas a tener que acostumbrarte a hacerlo tú solo de ahora en adelante, como todo el mundo.
—Pero yo no soy todo el mundo, por Asmodeo. Soy el excelentísimo marqués Fausto de Andavia y T...
—Y Torrenegra, sí. Lo sé, Fausto. Lo sé. Trae que te ponga esto bien.
—Ya vais tarde. Tendríais que haberme ayudado a vestirme antes.
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Fausto de Andavia
Humor1765, Amarchel. Fausto, tiránico marqués y practicante de magia negra, busca crear un portal que le permita viajar al pasado para vengar la muerte de sus padres. Son su propio narcisismo y egoísmo los que lo envían al año equivocado y queda atrapado...