Capítulo 24

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Sebastián no tardó mucho en tomarse el agua, el té y excusarse ante mí para ir a descansar. Así que seguí el sonido de aquel piano que había dejado de tocar hacia un rato, pero seguían en la misma sala. Mariano permanecía de espaldas a la puerta, observando a su hermana que le mostraba algunos dibujos que había tenido que hacer en las prácticas de arte que tenía que controlar y manejar a la perfección del mismo modo que toda una dama de su posición.

—Son muy buenos —dijo de pronto su hermano y al girarse para mirar a la joven a su lado, le dedicó una amplia sonrisa de la que solo pude ver el perfil—. Se te da mucho mejor la acuarela cada vez. Has aprendido a manejar la técnica. Eso es algo que debemos celebrar —comentó dándole con suavidad con el trozo de papel sobre la punta de la nariz.

Era una escena enternecedora entre hermanos y no quería romperla, tan solo quedarme allí, contemplándoles en silencio toda la vida de ser posible. Sin embargo, Mariano, como si se hubiese dado cuenta de mi presencia, se dio media vuelta sin rastro alguno de sonrisa en su rostro.

—¿Y Sebastián?

—Necesitaba descansar.

Asintió y se quedó allí con su hermana quien nos miraba alternativamente.

—¿Se quedará mucho? —preguntó la joven.

—Un par de días salvo que tenga que hacer algo más con Mónica —comentó en un tono frío como el hielo.

—¿Qué podría hacer contigo?

—Solo necesita desahogarse, algo que puede hacer sin problema en una mísera mañana —contesté sintiéndome atacada.

Mariano me miró y sonrió con diversión.

—Desahogarse... Ya. Seguro que lo hará.

Me sentí tan insultada con el tono con el que lo había dicho que hubiese querido propinarle una respuesta que se mereciese, pero en su lugar, guardé silencio. Mi mirada se quedó fija en los ojos de mi esposo que demostró sorpresa porque no dije una sola palabra y, pronto, sintiéndome a las puertas de soltar alguna lágrima, me di media vuelta y me marché de allí.

Caminé por los pasillos sintiéndome enfurecida y dolida a partes iguales, pero más conmigo misma por haber llegado a creer en alguna historia estúpida que mi mente hubiese querido imaginar. No era nada más que un acto egoísta tener aquel deseo de haber recibido una de sus sonrisas, pero no era algo que pudiese merecerme ya que no era parte de su alegría. Quizá y sin que yo lo hubiese visto, algo se había roto entre ambos tras aquella conversación o había perdido el valor que hubiese podido tener sin haberme entregado a él al principio. Ahora, era un objeto usado, algo que se podía desechar y dejar de desear.

—Mónica —su voz más cerca de lo que habría sido prudente, retumbó en mi interior.

—¿Sí?

Su mirada azul contempló la mía durante lo que me pareció un suplicio y alcé mis cejas de manera retadora esperando que, en algún momento, él terminase comprendiendo que había logrado colocarme de nuevo detrás de todas aquellas barreras que me habían mantenido odiándole como debía haber hecho siempre sin encontrar nada que me atrajese a él lo más mínimo.

—Me gustaría que durmieses conmigo esta noche para...

—Lo sé. Hay que mantener las apariencias que este matrimonio es un matrimonio, ¿verdad? —musité antes de darme media vuelta volviendo a alejarme de él sin recibir más respuesta, pero sintiendo sus ojos clavados en mi espalda a cada paso.

Permanecí el tiempo encerrada en la biblioteca para así disfrutar de algunos de los libros que allí estaban escondidos. Sebastián si quería hablar conmigo, lo haría. No tenía ganas de enfrentarme a la dureza de la mirada de mi esposo si estaba continuamente pegada a él. Seguro que me haría sentir miserable con la facilidad con la que podía conseguirlo. Ya lo había hecho aquella mañana y aunque aún no entendía porqué, el dolor seguía vigente por cada inexistente atención brindada. Si hubiese sido orgullosa, más de lo que ya lo era, hubiese alzado el mentón fingiendo que estaba por encima de todo aquello aunque no fuese algo real. Sin embargo, encerrada en aquella oficina, era más sencillo fingir que el mundo exterior estaba demasiado lejos.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora