Capítulo 33

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—¿Qué harás con Sebastián? —pregunté a mi esposo que se había tumbado a mi lado en la cama, acurrucándome contra su pecho, sonriendo encantado después de haberme dado un beso lento que había logrado devolverme todas las energías.

—Le he echado, por el momento —murmuró como única respuesta.

—Tiene dinero suficiente para poder mantenerse solo, ¿verdad?

El rostro de Mariano cambió pronto de semblante. Era evidente que no le gustaba hablar de él demasiado. Soltó un suspiro y me miró enarcando una de sus cejas.

—¿Te importa su suerte?

—Es mi amigo. Lo es desde antes de conocerte.

—¿Solo es tu amigo?

—Solo es mi amigo. Nunca fue otra cosa diferente —contesté encogiéndome de hombros dándole a entender que le había contado todo y que, técnicamente, siempre había quedado constancia de cuál era su verdadera opinión sobre mí y mis sentimientos que tan evidentes habían sido para él—. Ya lo sabes.

—También sé que tu corazón le pertenecía.

—¿Celoso?

Mariano se quedó pensativo durante unos segundos y después, dejó un beso en mi frente.

—Siempre.

No es que fuese una de las mejores respuestas a esa pregunta, pero debía reconocer que, en aquella ocasión, me gustaba que se pusiese celoso. No tenía motivos ni yo pensaba dárselos, pero por mal que sonase era casi como un recuerdo de esa confesión que me había hecho tan solo minutos antes.

—No tienes porqué estarlo. Fíjate. Aún sabiendo lo que sentía jamás me dirigió una sola mirada. No creo que vaya a hacerlo ahora —aseguré acercándome a su barbilla y depositando un beso en la misma que él recibió con alegría ya que era el primer beso espontáneo que salía de mi parte—. No estés celoso.

—No, ahora no estoy celoso. Aunque, eso depende. Si por cada vez que me ponga celoso me vas a dar un beso, entonces sí, sigo estando celoso —comentó con sorna logrando que me riese porque su mirada pícara era algo digno de ver para entender hasta qué punto resultaba adorable en ese instante.

Acarició con suavidad mi cabello entre sus dedos mientras las horas pasaban. Él se quedó dormido mucho antes que yo. Mi mente, se empezaba plantear la posibilidad de que todo eso fuese cierto, que no fuese un engaño, que sus palabras fuesen reales y pese a que deseaba creerlas con todo mi ser, otra parte de mí se negaba en redondo a aceptar que eso pudiese ser verdad. ¿Cómo pensar que en tan poco tiempo se podía amar a alguien aunque yo misma sintiese algo por mi marido? Él era diferente, atrayente e interesante, yo, jamás había tenido esa suerte.

Mis ojos se posaron en sus facciones durante largo tiempo y mi mente terminó yendo hacia el hombre que había amado antes. Sebastián había sido muy duro al decir aquellas palabras delante de mí, pero habían sido reales, era una verdad como un templo que, al final, le había propiciado salir de allí dejando de ser aceptado como un huésped. Era persona non grata en mi hogar y aunque debía reconocer que me dolía lo que había dicho, también me preocupaba cómo él pudiese sentirse. Le conocía mejor que nadie y sabía que, aunque nadie más pudiese creerlo en ese lugar, no era un hombre malo. Durante años había sido un consuelo para nosotras y nos había protegido a mi familia y a mí por lo que me rehusaba a creer que hubiese cambiado de la noche a la mañana. Tan solo eran esos estúpidos celos que le estaban carcomiendo por dentro. Nada más.

Así que, encontrándome mejor, y bajo a la luz de una vela, escribí una carta a Sebastián queriendo saber si estaba en un sitio respetable y si estaba bien. Fue a mi criada de confianza a la que llamé. Quizá no debía hacerlo, pero no quería que mi marido se enterase de eso hasta que no le pudiese decir que las aguase habían amansado y que Sebastián estaba dispuesto a pedir perdón por lo que había pasado. De todos modos, mi esposo, también tendría que hacer lo mismo. Había cometido una falta muy grave al mandarle aquella carta de amor a una mujer casada.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora