Capítulo 5

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Danny yace bajo una losa del laboratorio de patología. Una sábana blanca le cubre hasta sus pequeños hombros redondos. Parece haber menguado desde que Ellie lo vio en la camilla. Sí se debe al tamaño de su cuerpo con respecto a la losa, al hecho de que esté desnudo, o a los primeros estragos de la muerte, ella no lo puede decir. Ahora la confusión entre la muerte y el sueño, y aquella sensación que tuvo antes de que quería levantarse de un salto, han desaparecido. Siente una mano sujetar la suya. Desvía la vista a su derecha: Cora tiene sujeta su mano en un gesto amable, esperando confortarla. Sabe que esto no es nada fácil para Ellie. Ésta le da las gracias con un rápido apretón, antes de desenlazar sus manos, pues no quiere que Hardy se lo reproche. Ya tiene bastante munición para meterse con ella, y no necesita darle más.

Ni Harper ni Miller han visto nunca al patólogo, James Lovegood, con anterioridad. Hay un olor agrio, aséptico, y se pregunta si lo lleva pegado a la ropa y el pelo cuando vuelve a casa. La veterana policía nota que se le está filtrando por los poros.

—Hace casi dos meses que me tendría que haber ido —dice él—. Me pidieron que me quedara tres meses más, mientras encontraban a alguien. Yo creía que menos de dos meses aquí no estaría tan mal —se seca los ojos—. Los niños son los que me sacan de quicio. Siempre lo han hecho.

—¿Hay rastros de hematomas en el cuello por estrangulamiento? —cuestiona de pronto la pelirroja, quien, sin darse cuenta, ha proyectado sus pensamientos—. Lo siento, estaba pensando en voz alta.

El patólogo parece confuso y sorprendido a partes iguales.

—¿Cómo...?

—¿Cómo ha llegado a esa conclusión? —lo corta nuevamente Hardy, posando su mirada en la joven, extrañado y suspicaz. Son palabras demasiado exactas para una simple suposición.

—Mientras analizaba el cuerpo en la playa —comienza a explicarse en un tono tímido, algo temeroso—, noté que la camisa del chico se encontraba posicionada de forma que le ocultase la nuca. Era algo anormal —continúa Harper, sintiendo la mirada penetrante de su superior en su cara. Traga saliva—. Tras colocarme los guantes retiré mínimamente la camisa, y pude verle el cuello: me percaté de que uno de los discos vertebrales estaba desplazado hacia el interior, como si alguien hubiera ejercido una presión abrumadora en él. Si este es el caso, probablemente su autor es un hombre de mediana edad —rememora. Hardy se cruza de brazos: no ha incluido ese dato en su informe. Ella desvía su mirada—. Como probablemente no había pasado mucho tiempo desde el incidente, es normal que aún no hubiera rastros de hematomas en su cuerpo. Murió asfixiado, y el desplazamiento y rotura de uno de los discos probablemente lo propició —finaliza su explicación, dejando la estancia en un abrumador silencio—. Lo siento señor. Con la conmoción del caso no se lo he comentado —musita, agachando el rostro. Las palmas de las manos empiezan a sudarle. Intenta controlar su respiración para calmarse. Ha vuelto a meter la pata.

Hardy suspira pesadamente, pero no la amonesta.

—¿Qué ha encontrado? —pregunta al patólogo. Quiere saber hasta qué punto ella está en lo cierto. Algo le dice que puede confiar en el instinto de Harper.

Hay un cambio correspondiente en el tono de Lovegood al escuchar su tono demandante.

—Cortes superficiales y hematomas en la cara. Ninguna relacionada con una caída. Rastros de líquido de limpieza doméstica en la piel. La causa de la muerte ha sido la asfixia. Lo estrangularon, tal y como ha dicho la agente —Ellie da una mirada orgullosa hacia Cora. Si Hardy no sabe valorar estas pequeñas aportaciones, por mucho que se salte el libro de normas, es que es idiota—. Hay hematomas en el cuello y tráquea y en la parte superior de la columna vertebral. El patrón de los hematomas sugiere manos grandes, de hombre, como ha dicho la señorita —añade nuevamente, confirmando la suposición de Hardy acerca de la oficial: tiene más conocimientos de los que aparenta. Y su instinto no se equivoca, al menos por ahora—. Ha debido de ser brutal. El ángulo sugiere que estaba de cara a su atacante. Lo conocía —respira a fondo. Harper posa una mirada en su superior, quien casualmente, no ha apartado sus ojos de ella. Sus suposiciones no estaban erradas: es alguien del pueblo.

El Silencio de la Verdad (Broadchurch)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora