Capítulo 14

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Quedan solo unos quinientos metros para llegar a la oficina de turismo. El sitio donde trabajaba Beth, donde todavía trabaja. Se da cuenta, de hecho, de que no ha llamado para justificar su ausencia, y se pregunta quien hará su trabajo, quien se ocupara de sus asuntos. La maquinaria de su vida está haciendo tic-tac sin su esfuerzo o consentimiento.

La oficina de turismo comparte parte de sus instalaciones y una puerta de entrada con el Eco de Broadchurch. Beth no tenía ni idea del libro de condolencias que han instalado, y supone un sobresalto encontrar a Danny esperándola en la puerta, con una foto ampliada del día del deporte del año anterior. Casi pierde los nervios, pero consigue reunir las fuerzas suficientes para mover la puerta y entrar.

Con su entrada, las conversaciones se interrumpen y dejan que se oiga con claridad el sonido de las máquinas y la fotocopiadora funcionando al fondo. Sus colegas se sientan en silencio, paralizados, cuando ella deja su bolso y ocupa su mesa.

—Hola —dice—. ¿Puedo ayudar a alguien? ¿Repongo las estanterías? —Janet traga saliva y la mira fijamente, como si fuera un bicho raro, y Beth se siente un bicho raro. Es justo lo contrario de lo que iba buscando.

—No hace falta —niega—. Y las estanterías están bien así —se atreve a decir su compañera.

Maggie Radcliffe está a su lado de pronto.

—¿Qué haces, cariño? —pregunta.

—He venido a trabajar.

—Pero no deberías estar aquí. Te acaba de suceder algo horrible.

—Solo quiero ser útil —suelta Beth.

—Deja que te lleve a casa—sugiere Maggie.

—No quiero ir a casa —la ira de Beth avergüenza a todos excepto a ella—. Acabo de venir de allí. No puedo quedarme en casa.

—Vamos —insiste Maggie, ayudándola a levantarse de la silla—, no deberías estar aquí. Hablaré con tu madre.

—No tengo doce años, Maggie —protesta la joven madre, pues la directora del Eco la conoce desde la niñez— No quiero ir a casa —insiste nuevamente, sintiendo que todos la tratan como a una muñeca de porcelana, esperando a que se rompa para intentar recomponerla pedazo a pedazo.

—Ay, tesoro —dice Maggie, tomando sus manos en las suyas—. Se me rompe el corazón...

—No necesito puñeteros corazones rotos —dice Beth, soltando sus manos y apartando a Maggie.

Se dirige a la salida de incendios, que da un callejón lateral. La sigue alguien. No mira atrás para ver quién es. Como le tiendan otra mano cariñosa, la morderá.


Después de la infructuosa visita a la tienda de periódicos de Jack Marshall, Karen decide llevarse a Olly con ella cuando va a ver a Nigel Carter. Es una decisión inteligente, ya que el recibimiento es cálido.

—¿Qué tal, Nige? —cuestiona Olly, caminando hacia su amigo. Está en el exterior de la casa, guardando algo en la furgoneta de Mark.

Lo que no sospecha, es que se trata de una ballesta modificada personalmente con una mira telescópica. Nige tiene mucho cuidado de ocultarla de las miradas entrometidas. Si alguien se enterase de que tiene esa arma sin una licencia, podría acabar en la cárcel. Es lo último que necesita. Cuando ve acercarse al reportero del Eco, la cubre con una gruesa manta color barro.

—Olly, ¿qué tal, tío? —lo saluda con nerviosismo. Espera que no le hagan preguntas sobre lo que está haciendo en este momento.

—Bien, bien —Olly le extiende la mano derecha.

El Silencio de la Verdad (Broadchurch)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora