Capítulo 16 Parte "C"

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Mientras Annie, Archie y Albert llegaban a su destino muchas horas después, las cosas en la villa de los Granchester no prosperaban mucho.

Y por más paciente que Terry se mostraba con Candy, ésta de todo lo rechazaba, lo cual ayudó a que la idea de comunicarse con sus "familiares", fuera cada vez en aumento con cada desplante de la rubia, que, en una oportunidad, le había pedido "no tocara más la armónica ni mucho menos esa canción que le martillaba torturadoramente en la cabeza"

Cuando lo hizo, Terry sintió deseos de arrojarla al río donde a su orilla tomaban un poco de sol. Sin embargo, para él representaba mucho y no tuvo valor para hacerlo.

Empero, debido a lo incómodo que para ella resultaba su sonido, el joven actor evadió tocarla; lo malo, que él también se estresaba, y débilmente volvió al cigarrillo que ¡también! causó molestia en la rubia, y donde Terry sí perdió definitivamente los estribos, pagándola sin deberla, el señor Granchester, el cual constantemente le aconsejaba:

— Paciencia, hijo, paciencia.

Escuchándose alteradamente que ya no la tenía, Terry en la barra que decoraba bellamente aquel espacio al estilo victoriano, se servía en un vaso: una gran cantidad de licor que se tomó de un solo trago.

En eso, estaba sirviéndose el otro cuando un llamado a la puerta se escuchó.

Gritando a los empleados que no salían a atender, Terry, personalmente y furioso, se encaminó a la puerta y la abrió.

De pronto, y no sabiendo cómo, el joven inglés en el suelo se vio, a la vez que se limpiaba, de una parte de su entumido y guapo rostro, un hilillo de sangre que de su boca brotaba, mientras que sus índigos ojos y todo su ser deseaban fulminar al que se había atrevido a golpearlo de ese modo.

El Duque de Granchester, no habiendo perdido detalle en la agresión hacia su hijo el cual ya se levantaba, exigía:

— ¡¿Se puede saber con qué derecho irrumpe así en mi propiedad?!

No hubo tiempo a respuesta, porque ya dos jóvenes se enfrascaban en una seria pelea, llevando la delantera:

— ¡Por favor, tío Albert! — pidió Archivald interponiéndose entre aquellos dos y recibiendo uno que otro golpe.

El escándalo y la quebradura de artículos de afuera atrajo la atención de los empleados los cuales corrieron para separarlos.

Terry, estando severamente hecho un energúmeno solicitó lo soltaran.

Los que estaban a su servicio presto lo hicieron, pero comprendieron el error al ver cuando su joven patrón traicioneramente asestaba un fuerte puñetazo al rubio magnate.

Ya apresado, el señor Granchester demandó explicación, siendo ésta:

— ¡Vinimos por Candy! ¡¿Dónde está?! ¡¿Dónde la tienen?!

— ¿Y quién le ha dicho que aquí está, señor...? — Richard había alargado la última palabra.

Albert, mostrándose rudo, se zafó de los hombres que le sujetaban; y arreglándose un poco sus ultrajadas ropas se presentaría:

— Soy William Albert Andrew, el padre adoptivo y protector de Candice White.

Signos de interrogación coronaron la cabeza de Terry quien espetaría:

— ¡¿Tú?!

— ¡Sí, yo! — el rubio había hablado y seguía mirando al actor del mismo modo furioso.

Pero antes de que su hijo volviera a los golpes, el señor Granchester le impidió hacerlo, y seguro diría:

— Siendo así, lo sentimos mucho, señor Andrew. Pero aquí no está Candice White, sino Candice Granchester, mi sobrina y prometida de mi hijo.

Albert, como nunca, mostró una sonrisa burlona y contestaba:

— ¡Yo soy quien tiene los derechos sobre ella!

— No lo dudo; pero para que Candy viajara a América, lo hizo legalmente bajo mi nombre.

— ¡Eso a mí no me dice nada! ¡Y será mejor que me la entregue, sino quiere que le levante una demanda por secuestro!

Con tremenda cosa, los ojos de Annie y Archie se abrieron descomunalmente.

Terry, al que había considerado su amigo, le lanzó improperios; pero el Duque portó entereza; y sin amedrentarse, respondía:

— No lo haría, señor Andrew, porque usted y muchos sabemos lo que verdaderamente sucedió con ella.

Albert estaba por replicar cuando, Annie al mirar nivel arriba, detectó la figura de su amiga y la llamaría:

— ¡Candy!

Ésta, que acostada yacía y al oír los gritos, le había pedido a Mirla saliera y se enterara de lo que acontecía afuera.

Cuando a sus oídos llegó la presencia de desconocidos, quiso también salir para identificarlos personalmente.

Al verla, Albert, Archie y Annie corrieron hacia ella quien los miraba temerosamente.

Terry, observándolo todo desde abajo, a su padre, yaciendo a su lado, le preguntaba:

— ¿Qué haremos?

Como nuevo consejo, Richard recomendaría:

— Deja que sea ella quien elija.

El joven actor presintió lo peor. Luego, caminó hacia la barra y ahí aguardó para escuchar la decisión.

Albert y Archie le hablaban de lo mucho que la cuidarían a partir de aquel día, pero las menciones de sus madres y sus sufrimientos, consiguieron que Candy dijera:

— Sí. Quiero irme con ustedes.

Al notificársele a los Granchester la decisión tomada, el único a responder sería Richard:

— Bien.

Y escucharía del magnate Andrew:

— ¿Le parece bien que volvamos por ella en un par de horas?

— Por mí, no hay problema.

A su orden, la enfermera se dispuso a empacar las pertenencias de la joven rubia que cuestionaba:

— Mirla, ¿vendrás conmigo?

— Lo siento, Candy, pero no puedo. Además, en Chicago también hay enfermeras que te atenderán muy bien. Tu padre adoptivo lo ha dicho; así que, no creo que me necesites más.

Cuando Mirla terminó con la actividad mencionada diría:

— Te pondré algo ligero para que viajes lo más cómoda posible.

— Te extrañaré.

— Y yo a ti, Candy.

Las dos mujeres se envolvieron en un abrazo y continuaron con la mudanza.

. . .

Al transcurrir el tiempo marcado, los chicos Andrew, después de buscar un restaurante y quedarse ahí esperando, regresaron a los Granchester.

Los empleados ya habían bajado el equipaje y Candy con su enfermera aguardaban en la sala, preguntándose interiormente la rubia:

— ¿Dónde está Terry?

Y es que no lo vio junto a su padre quien interpretó el gesto en la cara de la chica y le explicaba:

— Me pidió te deseara un muy buen viaje. El mismo que él ya emprendió hacia Nueva York.

MELODÍA OLVIDADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora