Capítulo 37

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Mariano me envolvió, apretándome contra su pecho y los minutos que pude pasar en esa fingida compenetración entre ambos, fue lo único que me permitió serenarme. Después, me separé de él por instinto, no tenía ganas de seguir a su lado cuando había pasado todo aquello. Él había creído mis palabras, sí, estaría herido, también, pero me había abandonado sin pronunciar una sola palabra durante tres meses.

Le miré a los ojos una última vez. El azul de su mirada estaba tan dolido como todo lo que yo podía comunicar. Me entristecía conforme los segundos transcurrían y aunque su abrigo podía haber sido el lugar idóneo para pasar el tiempo, ya no había calor sino frío entre sus brazos. Imaginaba que había herido demasiado su orgullo, tanto como el mío. Quizá, en mi afán por evitar males mayores, había optado por destruir lo único que me importaba.

—¿Qué haces aquí?

—Llegó la nota y...

Supe porqué paró. La nota había llegado a casa de Sebastián, así que él estaba con mi hermana en ese momento. Asentí, notando un nuevo puñal clavarse con dureza, pero estaba rota por dentro por la muerte de mi madre, así que ya no me importaba tanto como antes.

—Gracias por haber venido —musité recogiendo mis faldas y volviendo a entrar en el interior del hogar familiar.

Su presencia se distinguía por todas partes. Estaba allí, cerca de mí, debía fingir que se preocupaba, pero quizá solo había acudido para que mi hermana tuviese el hombro de su amante. No, no quería pensar en eso. No quería ensuciar así a mi hermana, pero era la única verdad que se posaba con virulencia en el huracán de emociones que era yo misma en ese instante.

La vigilia con su consabido entierro fueron un sin fin de rostros fingiendo que lamentaban que mi madre hubiese fallecido. Ella no tenía grandes amistades, pero había sido mil veces más acusada la ausencia de las mismas cuando tras la muerte de mi padre nadie había levantado mano alguna para ayudarnos pese a que el deseo de mi progenitora no era nada más que darnos todo aquello que pudiese hasta el matrimonio.

Mariano no me había dirigido una sola palabra en todo ese tiempo, pero su mirada estaba puesta en mí a cada paso que daba. Notaba cómo penetraba en mi espalda y me obligaba a mantenerme recta, casi como si no tuviese nada mejor que hacer que fingir indiferencia en esos instantes donde debía permitirme ser frágil. El negro decoraba mi cuerpo y tan solo vi el posible horror del final de un día así, cuando regresé a casa de mi madre en compañía de mi esposo que se había obcecado en no dejarme sola bajo ninguna circunstancia.

Abrí la puerta y entré quitándome el sombrero. Suspiré pesadamente porque la ausencia de mi progenitora se notaba en todas partes.

—¿Cómo sigues?

Su pregunta me pilló por sorpresa, al igual que aquel fingimiento innecesario de su preocupación por mí al estar en el velatorio. Después comprendí que eran las apariencias las que habían propiciado su presencia. No había que dar a nadie que hablar, ¿verdad? Una de las reglas de oro de mi madre.

No contesté. Continué caminando hacia el salón, echando de menos que estuviese en el sofá con sus bordados o rezando casi a cualquier hora del día. Eran sus actividades favoritas y las hacía con maestría.

—Mónica, ¿me has oído?

Me giré en mitad de la sala e igual que si me hubiese poseído el espíritu de mi difunta madre, le miré con la misma expresión que ella utilizaba para hacer sentir a todo el mundo insignificante cuando osaba hablarle de algo que ella creía era innecesario.

—Te he oído.

—¿No piensas responder?

Una parte de mí encontraba cierto placer en volver a contestarle de mal humor, tal y como lo había hecho al conocernos. Agarrarme al odio que siempre era más fuerte que el dolor y mostrarme altanera, como si todo lo que hubiese pasado entre ambos no fuese cosa mía sino suya. ¡Claro que era culpa suya! Había creído mis palabras y no mi cuerpo. Una estupidez. ¿No era evidente lo que sentía por él? ¿No lo había sido, según él, desde el primer momento? Y aún así un par de palabras lograban borrar lo que era una verdad universalmente conocida.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora