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« 𝐂𝐇𝐀𝐎𝐒 »
—¿Qué?
Rogue curvó la espalda con delicadeza para acortar las distancias con su compañero, tratando de agudizar su audición para comprender lo que le decía.
—¡Cúbreme! —vociferó Sting con plena desesperación.
Los universitarios bailaban al son de la elevada música, la cual reverberaba por la sala e imposibilitaba todo acto de comunicación. Aunque, a decir verdad, los jóvenes no buscaban dialogar en las fiestas de tal calibre precisamente. Rogue no era partidario de asistir a ese tipo de celebraciones caracterizadas por el consumo de alcohol y la lujuria, pero Sting le había convencido.
—¡Por favor, Rogue! —el terror se exteriorizó en las facciones del blondo—. ¡Si me ve, me matará!
Cheney elevó la mirada y localizó a la despiadada asesina que buscaba a Eucliffe; Minerva Orland, alumna de la Universidad Privada de Sabertooth y Presidenta del Consejo de Estudiantes. La reputación del centro pendía de un hilo debido a varias "travesuras" llevadas a cabo por Sting, razón principal por la que Minerva le prohibió acudir a las fiestas. Una prohibición que, evidentemente, había incumplido debido a que era incapaz de conectar dos neuronas.
Una buena paliza no le vendría mal.
—Bien —pronunció en un suspiro—. ¡Vete antes de que me arrepienta!
Sting le ofreció un saludo militar antes de salir huyendo a la velocidad de la luz. Sin embargo, Minerva se había percatado de la presencia del blondo... si lograba atraparle, no acabaría bien. Rogue anotó en el bloc de notas de su teléfono móvil: "Comprar desinfectante y vendas".
—¡Te voy a dar lo tuyo, maldito exhibicionista! —una voz conocida se alzó sobre la música.
Rogue fue el único que desvió la mirada en dirección al muchacho de cabellera rosada que vociferaba sin cesar; Natsu Dragneel, estudiante de la Universidad Pública de Fairy Tail. Los pertenecientes a dicho centro solían frecuentar otros lugares para salir, pues tenían una curiosa tendencia a destruir todo aquello que se cruzase por su camino. Elevó una de sus cejas ante el inminente altercado que iba a acontecer frente a él, tensando ligeramente la quijada al vislumbrar a la única fémina capaz de pulverizar sus defensas.
—¡No rompas nada, Natsu! —gritó Lucy—. ¡No tenemos dinero para cubrir más destrozos!
—¡Déjamelo a mí, Luce! —Natsu esbozó una sonrisa, dejando al descubierto sus afilados caninos—. ¡Estoy que ardo!
Rogue había interactuado con Lucy en ocasiones contadas, pero recordaba todas ellas al pie de la letra desde el principio hasta el final. El agradable tono de voz que empleaba al hablar, las dulces sonrisas que dibujaban sus labios y el optimismo que irradiaba habían logrado derretir la gélida apariencia de Cheney sin esfuerzo. ¿Quién más podía atribuirse tal milagro? Tan sólo la joven de hebras doradas.
