Año 1939. San 19, WooYoung 17.
San salió corriendo de aquella casa de dos pisos a la que su familia le llamaba hogar. Miles de lágrimas no dejaban de brotar por sus ojos, y la desesperación junto al temor inundaban su mente sin parar. Sus pasos eran rápidos y precisos, iba en dirección a su lugar seguro. Corría con velocidad hacía la casa de ese muchacho de ojos marrones, el cual siempre se encargaba de calmar a su pobre corazón afligido.
Atravesaba el bosque sin problemas, pues el camino lo tenía más claro que el agua. El viento golpeaba con brusquedad su rostro envuelto por el dolor. No podía esperar más, necesitaba tener los brazos de WooYoung rodeándolo. San necesitaba observar su rostro y repasar con su mirada aquellos ojos. Necesitaba pasear las yemas de sus dedos por el suave camino de su piel, necesitaba aspirar su agradable y puro aroma, como si se tratara de la mejor droga del mundo.
San era un simple chico sumido en el sufrimiento que le traía su futuro, él sólo quería sentirse a salvo. Y nada mejor que Jung WooYoung, el motivo por el que seguía respirando.
Tropezó con un par de ramas que se camuflaban bajo un ligero montón de hojas secas y tierra húmeda. Sus manos sintieron la humedad y sus rodillas cayeron de golpe al suelo, percibiendo la aspereza de la rama que acababa de llevarse parte de la tela de su pantalón. Todo esto poco le importó, se levantó del suelo lo más pronto que pudo, y no dudó en seguir su camino con la misma intensidad que al inicio.
Palmeó sus manos mientras seguía corriendo, buscando echar la tierra que estaba prendida en éstas. Sorbió sonoramente por la nariz y sintió unas cuantas lágrimas resbalar por sus mejillas por séptima vez en la mañana. Mientras en su mente se reproducía la melodiosa risa de WooYoung y miles de momentos vividos con él. Al mismo tiempo, San posó su pie derecho en la primera roca, listo para atravesar el pequeño canal de río que formaba parte de su camino hacía la casa del chico que tanto anhelaba abrazar.
Atravesó las rocas con facilidad, por ahí vio su reflejo en el agua, y confirmó que era un desastre total. Miró hacía atrás, tomó una bocanada de aire, y comenzó a correr unos kilómetros más. Ya podía sentir la cálida brisa de aire aproximarse, por lo que supo que ya estaba cerca. Re confirmó su pensamiento al ver aquel gran árbol con hojas otoñales aparecer en su campo de visión. Secó sus lágrimas con el dorso de su brazo y adelantó su paso para llegar por fin al lugar tan apreciado.
Lo primero que vieron aquellos ojos felinos zambullidos por la angustia, fue a la abuelita de WooYoung saliendo de la casa; ella lucía un chaleco de lana rosa pálido y gastado, pero que a pesar de su antigüedad, aún se podía notar que fue cuidadosamente bordado por sus manos. En su brazo izquierdo llevaba un canasto mediano, por lo que San asumió que ella iba al pueblo en busca de víveres.
Esperó a que la mujer mayor desapareciera del entorno, y frunció su ceño con inquietud al ver al pequeño y lindo WooYoung asomado en aquella ventanita, despidiéndose de su abuela con su mano derecha.
—¿Segura que no quiere que la acompañe? —cuestionó WooYoung en un grito, apoyando su cabeza en la palma de su mano.
—¡Ya te dije que me va muy bien sola! —respondió la señora sin mirarle, haciendo un ademán con su mano para que el chico dejara de retrasarla—. No porque sea anciana significa que no puedo cargar un simple canasto lleno con unos cuantos panes y hortalizas.
—Como usted quiera —WooYoung elevó ambos hombros, manteniendo sus labios fruncidos; no entendía cómo su abuela parecía rebosar de salud física (teniendo en cuenta su edad), pero bueno, era mejor que sea así. Jung observó cómo la silueta de su abuela se fue haciendo más chiquita conforme bajaba la montaña, hasta irse por completo de su radar de visión.
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Ruinas de la luna: El día en el que el universo murió
FanfictionSu sonrisa siempre se quedará en mi cabeza. - choi san + jung wooyoung (ateez). -contenido sensible, leer con responsabilidad. - One Shot