No otra vez más

271 21 6
                                    

Guillermo y Samuel se conocieron en el instituto en una fiesta en la que Guillermo era "la piñata ".

Unos chicos dos cursos por delante de él le habían hecho la propuesta de ir a la casa de unos amigos. Supuestamente.

Era ya de noche, y las farolas iluminaban algunos tramos de la calle. De repente, uno de los miembros de la pandilla, lo acorraló contra la pared, mientras los otros se reían.

-Mirad a este tío...- dijo carcajeándose uno de ellos.

-Es un saco de huesos- se rió el otro.- y vamos a partírselos uno a uno...

Todos, cada uno por turnos, empezaron a darle puñetazos y patadas al pobre Guillermo, mientras los demás le sujetaban para que no escapara.

Ya tenía el labio reventado, cardenales, un ojo morado y dolor. Mucho dolor.

Pero entonces apareció Samuel, que fue como su salvación.

-¡Pedro!- gritó Samuel a el supuesto "cabecilla" del grupo.- ¿Que coño se supone que estás haciendo con el chico?- le gritó furioso.

-Yo... bueno, es que... pero-

-Ni peros ni mierdas; fuera.- le dijo fríamente sin levantar la voz.

-V-vale...- y dicho esto, se retiró del sitio, llevando a su pandilla detrás suya.

Samuel se acercó a Guillermo, que estaba tirado en el suelo, sin poder moverse, sollozando silenciosamente.

-Oh, Dios mío, pero qué te han hecho...- susurró más afirmando que preguntando.

Guillermo le miró a la cara por encima de las lágrimas. Entonces, Samuel, cogió a Guillermo en brazos y se lo llevó a su piso, que no quedaba muy lejos. Lo tumbó en el sofá y se dedicó a curarle las heridas, ua que el chico se había dormido por el camino. Estaba fatal, pero consiguió sanar la mayoría de sus heridas y le cosió el labio. Luego, le puso una manta por encima y se recostó en el sillón de al lado para mantenerlo vigilado durante la noche, pero sin notarlo, se durmió.

Al día siguiente, que era sábado, Guillermo olió a café y tostadas. Se dio cuenta de que tenía una manta por encima y no estaba en su casa. Entonces, al intentar levantarse, pegó un grito de dolor, que Samuel escuchó desde la cocina. Entonces, se asomó al salón para ver al pequeño, que le observaba sorprendido.

-Buenos días- dijo el mayor sonriendo- ¿Cómo estás?

-Disculpe, pero no nos conocemos, creo...

-Me puedes tutear, soy sólo dos años más mayor que tú.- le respondió amablemente.- me llamo Samuel. ¿Y tú?

-Yo Guillermo...- dijo desconfiado.- ¿Por qué estoy aquí?

Samuel le contó toda la historia a Guillermo, y éste, también le contó lo que pasó antes mientras ambos desayunaban.

-Bueno, ¿te sientes mejor?

-Sí, se podría decir que sí...

Hubo un silencio incómodo.

-Oye, no has llamado a tu familia. Deberías, ¿no?

-La verdad es que no...- dijo con la mirada perdida Guillermo.- Es que vivo solo...

-Oh perdón si te ha incomodado la pregunta...

-No, no. No pasa nada. Me debería ir yendo...

-Si vives muy lejos te podría llevar- se ofreció.

-Claro, muchas gracias.- le sonrió por primera vez. Entonces, Samuel sintió algo dentro de él. ¿Pero qué?

Cogieron sus chaquetas y se dirigieron al coche. El trayecto fue silencioso, pero no incómodo. Simplemente, estaban escuchando la música que sonaba y pensando en los asuntos propios.

Wigetta: No otra vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora