Polvo

455 55 5
                                    

La forma en que arquea su espalda.

Su boca se abre dejando salir el aliento atascado.

Sus piernas se abren para dejarme entrar aún más y entonces la profano como si fuera el diablo entrando a esa vieja iglesia santa.

El pelo húmedo se pega en su frente y suplica en voz alta. Mí fuego arde. Con y para nosotros.

Cada roce es dulce goteando de los labios.

Se detiene un momento para mirarme, busca mis ojos para unirse en alma también pero yo me cierro a la posibilidad y abro las puertas igual que un buen samaritano a los hijos de dios.

Pero la única bendiciones y agua bendita que he conocido sale de su boca y se desprende de sus piernas. Se sujeta como si la gloria celestial la empujara hacia arriba y yo la detengo porque la quiero para mí.

Mató sus mariposas con un movimiento preciso que la hace morderse la lengua.

Ésta es la batalla de dioses.

Yo tenía la clave del volcán entre mis dedos y los movía tal como si fuese una articulación más.

Subía hasta el cielo y luego la dejaba caer, sólo para que apreciera el poder que yo podía tener y el que ella podía darle al prójimo.

Sus manos se hundieron en mi espalda y el frenesí de semanas sin beber agua comenzó, bebí y bebí hasta agotarme entonces volví a sentir esa sequía porque la forma en que la recibía era mi nueva guerra favorita.

Le quemé la piel entera. Solté todas las cadenas y aún así ella no pudo darme más que cenizas.

Ella me dio el polvo.
Y yo lo recibí a pesar de mis ansias de que me hiciera suya.

Se quedó ahí durante un rato, tratando de apagar ese ardiente incendio provocado por mí. La miré envidiando una pequeña y miserable llama, entonces decidí buscar por mi cuenta.

Y hasta hoy no he parado.

Busco alguien que me queme.

Mujer HuracánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora