Cap 27. Hela

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Faltaba cerca de una hora para que Paola pasase por mi casa a recogerme en su querido Volkswagen Beetle color crema. No me había cambiado de ropa, estaba tumbada en la cama con el portátil y la grabadora del móvil en pausa. De las canciones que había decidido cantar solo una hacía que mi voz se disparase y perdiera el control del tono. Le habría preguntado a Estani, pedido consejo, pero seguía trabajando en la librería desde el mediodía. Apreté los labios y suspiré con suavidad para armarme de valor antes de volver a intentarlo. Toqué la pantalla y la melodía comenzó. El principio era facilísimo, aunque cuando llegaba a la mitad...

—Hela Luna, quita esa música —ordenó mi madre desde la puerta.

Como si de una acción automática se tratase, pausé la grabadora y cerré el portátil deteniendo la música de sopetón. Ella me contemplaba con desagrado, con esos labios finos que doblaba siempre que le disgustaba verme u oírme cantar. Caminó hasta el borde de la cama y se sentó a medio metro de mí.

—Tenemos que hablar —dijo mientras alisaba el edredón burdeos con florecitas de mi cama—. La semana que viene Vincent y yo iremos de vacaciones a su propiedad en Cantabria, una casa en la montaña.

Tardé unos instantes en reaccionar, esperaba que fuese a decir que Estani y yo estábamos incluidos en el pack, pero no lo hizo. Se miró los dedos nerviosa como siempre, como cada vez que se sentía mal por sus actos.

—¿Seréis capaz de comportaros?

—¿Quiénes, mamá? —pregunté desubicada.

—Estani y tú.

—Pues claro, ¿qué te piensas que...?

—Lo digo por las fiestas. Nada de fiestas, de invitar a amigos ni armar jaleos. Los vecinos me avisarán si notan algo extraño en la casa.

—Confía en nosotros, mamá. ¿Cuántos días serán?

—Nos iremos el sábado por la mañana y volveremos el lunes.

Apartó los ojos azabaches de la colcha para dirigirlos a mi móvil y el parque bajo ella crujió al levantarse. Se ajustó los pantalones ya que había adelgazado y se le habían quedado grandes, y se reunió el cabello casi negro en una sola mano para pasárselo por encima del hombro. Todo apuntaba a que tenía algo más que decir y no sabía cómo. Al final, lo escupió:

—Hela, ¿por qué te grabas cantando? ¿A quién vas a mandarle eso?

—A nadie, mamá.

Quería decirle que había empezado a ir al estudio de Estani, y que su guitarra me hacía querer cantar más y más. Que me apetecía exprimir el posible potencial que pudiera tener mi voz, seguir haciéndolo frente a otras personas que no fueran mis amigos.

—Sé que siempre te ha gustado. Cantar no es tan fácil como los jóvenes pensáis. No podrás vivir de ello, así que saca de tu cabeza cualquier idea absurda y céntrate en los estudios.

—No son ideas absurdas —espeté con la vista gacha.

—Como sea, céntrate en la carrera. Cuando tengas tu trabajo y tu casa, entonces podrás hacer lo que quieras.

¿Y si para entonces ya es tarde?

—Créeme, Hela. Solo quiero lo mejor para ti.

—Claro, gracias.

En mis pensamientos había pretendido sonar más sarcástica, pero no se lo tomó de esa manera y bajó las escaleras con una calma muy distinta al tormento que había en mi interior ahora. Tenía los ánimos por los suelos, me dolía deducir que jamás podría contar con su aprobación si decidía dedicarme a la música. ¿Dedicarme a la música? Ni siquiera sabía que era eso lo que tanto quería en el fondo. Las tardes en el estudio, aunque habían sido pocas, fueron suficientes para que una nueva ilusión naciera dentro de mí. Las tediosas asignaturas de administración de empresas y la uni se hacían diminutas y dejaban de tener sentido con el pasar de los días. ¿Es esto lo que quiero? me pregunté varias veces.

No había manera de saberlo y el Volkswagen de Paola estaría pitando en la calle donde residía en menos de media hora, así que guardé el portátil en la funda sobre el escritorio y me animé a buscar algún conjunto que me favoreciera en el final de un día que había dejado mucho que desear. Opté por un jersey celeste de cuello alto y mangas largas, arremetido bajo el cinturón con tachas de una falda negra. Después de elegir unos calcetines aleatorios, calcé las botas militares que tanto me gustaban. Frente al espejo descubrí que mi cabello se había amansado en unas ondas suaves y cercanas al liso perfecto, nada de encrespamiento. Solo me pasé los dedos, lo peiné y dividí la melena en dos para traerla adelante y dejarla caer por encima de mis pechos.

El maquillaje no varió mucho. Me repasé la línea de gato con el lápiz de ojos, agregué un poco de rímel y añadí unos toquecitos de sombra gris en los párpados a juego con el morado de los labios.

Un sonido chirriante me asustó. Me asomé a la ventana para ver a Paola tocando el claxon y hacerme aspavientos en cuanto me hubo detectado en la ventana. Grité que dejase de tocar el maldito pito ese, cogí el bolso con las cuatro cosas necesarias y bajé a la planta de abajo a toda prisa. Sin embargo, mi carrera se quedó a medias al chocarme con Estani. Mi trasero se topó con un escalón y él no cayó gracias a que se había sujetado a la barandilla.

—Dios mío, Estani, haz algo de ruido cuando camines.

Él se echó a reír, me tendió la mano y me recompuse.

—Creo que deberías ser tú la que tenga más cuidado.

—Lo siento, es que Paola me estaba volviendo loca con el claxon del coche.

—No te preocupes, ¿te has hecho daño?

—Tranqui, tu sudadera ha amortiguado el golpe.

Pasé de largo y le di varias palmaditas en el hombro como despedida. Mi madre me deseó que lo pasara bien sin abandonar la comodidad del sofá desde el que veía su serie preferida, y yo cerré la puerta con cuidado tras salir de casa. Paola me recibió en su coche con un silbido insinuante. Me encantaba, olía a cuero nuevo.

—Qué guapa te has puesto, tía. ¿Vas a darle en los morros?

—Ya me gustaría.

—¿Quieres poner tu música?

Me extendió un cable conectado a la radio que acepté tras cerrar la puerta y Paola arrancó su querido coche rumbo a casa de Max.

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora