Heidegger's

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Podía meterme mi título profesional por donde menos podía pensarlo porque para el trabajo que tenía no me servía de nada.

¿Qué pasó con mi sueño capitalista? Se había ido al carajo al aceptar ser la lavaplatos del lugar.

Si lavaplatos, como leen queridos lectores.

Pase cuatro años de mi vida entre mi pueblo y Trost, cortándome los dedos con los cuchillos, haciendo platillos en tiempo récord, estudiando diferentes procedimientos para cocinar las mejores recetas, estudiando la historia de los servicios y los protocolos de emplatado para terminar con unos guantes amarillos y torres gigantes de platos que a veces llegaban completos sin tocar.

¿Y saben cuánto cuestan estos platillos? 70 DÓLARES CADA UNO. No podía aguantar la bronca que me daba, con todo ese dinero alcanzaba para los gastos comunes, transporte y una barra de chocolate de la panadería.

Quería llorar.

Mikasa durante un mes me aguantó entre mis mocos, lágrimas y boca llena de pastel quejándome del estúpido trabajo que tenía. Me sentía la peor mujer del mundo, yo no me merecía esto.

-Nana, renuncia y ven a trabajar al taller, tú me ayudaste a confeccionar vestidos de gala de alta costura, ganarías muchísimo más conmigo que en ese restaurante lavando platos. -Me dijo una tarde en su casa mientras yo estaba en la cocina decorando una tartaleta con frutas en conserva que íbamos a comer con un refresco al lado. Era mi día libre y yo la estaba ayudando con un vestido para la reina que tenía empedrado en el ruedo y en el escote corazón del diseño.

Mikasa tenía el arte en sus manos, mi amiga tan talentosa, mientras yo... Yo servía para sacar manchas de queso fundido de los platos y sacar el resto de la mala cocción de la lasaña por ese chef horrible que trabaja en el mismo turno que yo.

-No quiero desperdiciar esta oportunidad Mikasa, encantada trabajo contigo, pero quiero sentir que estuve 4 años en el instituto para algo en mi área, aunque me encanta la moda. -Dije terminando de colocar los duraznos encima para partir la tartaleta en dos y colocarla encima de una bandeja. Coloqué está en la mesa de café que Mikasa tenía dentro de su cocina para merendar.

-Pero tú no eres para lavar platos, contigo engorde casi 10 kilos en esos cuatro años de instituto, debo agradecer que me gusta el deporte que pude bajarlos. -Dijo antes de tomar su refresco.

-Mentirosa que eres, te tragabas todo lo que te daba por el corazón roto que tenías. -Comenté sentándome frente a ella para disponernos a merendar y luego volver al salón gigante que tenía con un maniquí en medio y muchas telas.

-Ya... -Me quedo mirando con su cara de pokerface habitual.

-Mi culpa, lo siento, no puedo decir lo mismo, con mis ex novios no puedo decir que sean mata corazones. -Si bien la tartaleta era de un tamaño familiar, la había cortado por la mitad porque así éramos nosotras, unas chicas sin límite al comer. Chanchitas, como nos decía Connie.

-Hoy vi a Jean... -Y mi amiga seguía y seguía.

-Y también saludaste a Eren en la prueba de vestuario de hoy en la mañana con Historia, si me contaste.

-Pero Jean fue a la gobernación acompañado de una mujer muy bella, tenía el cabello largo negro, risueña...

-Mikasa, si no te comes tu parte, me la comeré yo y no voy a cocinar más.

Era la clave, así que Mikasa comenzó a comer bloqueando todo malestar.

Pedía nunca enamorarme hasta los pelos por un hombre, no quería tratar de consolar a mi corazón con comida, la comida era sagrada, para vivir y ser feliz, no para ahogar penas.

Rábano y CaviarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora