Frente a Frente

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La guerra santa estalló. Ellos volvieron de la muerte, y con sus cuerpos una misión a la que no parecían querer renunciar.

Mu sintió el estruendo de Cáncer a Virgo, y viceversa, y entendió que Shaka tomaría una arriesgada decisión.

Corrió lo más que las piernas le permitieron. Estiró el brazo, y con él los dedos, como sí de este modo pudiera darle pronto alcance; pero, aunque se esforzaba, aquella puerta que días antes fuera exclusiva para él, quedaba cada vez más lejos.  

Avivaba en la memoria la primera vez que estuvo ante ella y las cosas que vivió resguardado bajo su protección. Todas estaban alejadas de ese instante, y se convertirían en polvo dentro de escasos minutos. 

—Lamento que no tengamos tiempo para conocernos mejor, como lo haría la gente ordinaria… sin embargo… sé que no lo necesito para saber que eres la persona indicada para mi—. Esas fueron las palabras de Shaka de Virgo una tarde en el sexto templo.  

—Me mareas…— Rió su interlocutor. 

  —Intento decir que quiero compartir mis secretos contigo—. No era rutinario que Virgo dijera cosas como aquella, o que incluso, se le notara el nerviosismo en la voz. 

—¿Secretos?— Inquirió Aries. El otro asintió. Asió su mano y lo llevó hasta la cámara oculta del templo, a una puerta de metal, que podría aparentar ante cualquiera, como una simple pared con la forma de una flor de loto—. ¿Qué significa?— Inquirió, entre curioso y extrañado. Shaka le mostró una esplendorosa sonrisa, propia de un Dios. 

—Lo sales gemelos se encuentran detrás de esta puerta…— Le explicó virgo. Mu se maravilló: había oído hablar de ellos por labios de su maestro, pero jamás se imaginó que alguna vez tendría el honor de conocerlos.

El caballero de Aries tragó saliva con dificultad al recordar aquello. Sintió un nudo en la garganta, mezclado con el sentimiento de aprehensión y la falta de aire debido a la ansiedad.  

Cuando cruzó la puerta y se besó con Shaka bajo las copas de aquellos árboles, jamás imaginó que lo haría en el sitio donde él buscaría morir días después.  

Una figura espectral se apareció entre él y el metal, frenando los pasos del ariano.  

—Shaka…— Murmuró como ido.

Sabía que no se trataba del real, de aquél cuya composición era la carne y hueso, pero aún así, moría por abrazarlo, y besarlo.  

—Perdóname, Mu— El nombrado abrió los ojos con estupor. 

—No me digas eso… ¡Puedes vencerlos! ¡Tú eres…!”  

—Pero ya lo sabes…— Tajó en un tono suave—. Esos tres jamás se hubieran atrevido a levantar un solo dedo contra la Diosa Athena, o hacia nosotros. Ellos murieron como caballeros…

—¡Si, lo sé! ¿Y qué?— El corazón le latía a doloroso ritmo—. ¿No podría ser egoísta por única vez en mi vida y pedirte que no te vayas?—. Entendía su destino, el destino por el que él mismo se había sacrificado tanto, y aún así, se negaba a aceptarlo porque la muerte del ser más amado siempre es un golpe letal para el corazón; una pérdida irreparable. 
—Sabías que esto iba a ocurrir… Ya estábamos preparados para morir…  

—Estoy listo para lo que sea… pero no sé si lo esté para perderte…

—Yo tampoco lo estaría, pero es algo necesario para proteger el mundo donde te conocí…—. Mu se sonrojó.  

—Eres un manipulador—. El rubio soltó una carcajada, Mu sabía que era la última que escucharía. 

—Lo sé—. Se miraron fijamente.

Todo estaba por terminar, y no sabía cómo detener el final.  

¿Tenía algo que decir como despedida? 

  ¿Le había dicho ya cuanto significaba para él, o cuanto agradecía todos los momentos preciados que tuvieron juntos? 

¿Al pasar por ese dolor se preguntaría lo que debió decir o lo que debió guardar para sí?

   Las pupilas de ambos se fijaron en el suelo, tal vez sin el ánimo de decir algo más, quizá con la intención de guardar para siempre ese y todos los momentos.

—Tengo un último deseo—. Dijo Shaka. Mu odió a morir la tercera palabra.  

—Espero que no sea lo que estoy pensando…— Entreabrió los ojos, malicioso. Quizá no era tarde para una última jugada. 

—¡Claro que no! ¡Esa vez fue una broma!—. Exclamó. No era típico de él perder el dominio, pero lo hacía cuando se trataba de Aries. Mu se rió. Al cerrar los ojos, una lágrima resbaló por su alba mejilla.  

—Dime…— Se cruzó de brazos, ladeando la cara y elevando la nariz—. No estoy de buenas, Shaka, y no sé si pueda acceder a tus demandas—. El rubio sonrió. 

—Dedícame tu último pensamiento…— Las pupilas del ariano temblaron. El nudo en la garganta imposibilitó el paso de oxígeno hacia los pulmones, y el corazón le palpitó tan rápido, que el alma ardió hasta incendiarse.  

Lo amaba. Lo quería con cada fibra de su cuerpo. Su amor sobrepasaba los límites del todo y estaba a punto de perderlo…   Él seguiría por aquél mismo camino en algún punto de la noche, pero aún así…

Tragó saliva con dificultad, sintiendo lo difícil que le era respirar. Colocó las pupilas en la figura etérea, que a una señal de la mano, le dijo que ya era hora.  

Adiós…’ 

—¡Shaka! ¡NO!— Corrió hacia la puerta en un vano intento por frenarlo, pero ya no estaba. Lo único que sus dedos tocaron fue el frío metal, mientras allá dentro la exclamación de Athena le arrebataba lo que más amaba...

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