Capítulo 1

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Inglaterra, julio del 2016.

—¿Cómo crees que sería tu cuarto de tortura en el Infierno?

Mikhaeli Cox tomó el pincel de punta fina, lo mojó en una mota de pintura, y lo deslizó con cuidado sobre el lienzo ya casi acabado.

Su compañero de habitación había comenzado a moverse por la estancia, sacando ropa, buscando libros, juntando todo lo necesario para las vacaciones de verano, mientras esperaba por su respuesta.

—¿Cuarto de tortura? ¿Esa es una nueva táctica para saber qué me atormenta o algo así? 

—No, solo curiosidad. ¿Recuerdas la serie que estaba viendo? Habla sobre el Infierno, el Cielo. Ya sabes, esas cosas. —Mikhaeli tarareó, asintiendo, aunque no le estaba prestando mucha atención—. Pero es bastante interesante esa observación, Mikha. ¿Hay algo que te atormente?

Mikhaeli no respondió.

Continuó con las pinceladas suaves, la respiración suspendida y el ruido de fondo picando en sus oídos. Una vez terminó, se alejó y le dio un largo vistazo al cuadro.

Los trazos no eran muy profundos, las líneas se difuminaban entre las sombras y la mezcla de colores solo ayudaba a que el paisaje fuese más lóbrego. A pesar de que no se distinguiera demasiado de sus otros trabajos, a él le gustaba. El reflejo de la luna se veía bien, las luces saliendo de la casa eran casi tan buenas como la niebla que daba la impresión de provenir del interior de ella. Otorgaba sensación. Tenía el murmullo de un escalofrío en la piel.

—No estás muy feliz de ir a casa. —Sintió la cercanía de Pablo de inmediato, había asomado la cabeza por encima de su hombro y escrutaba con una mueca su pintura. Mikhaeli arqueó un ceja, girándose hacia él—. No me mires así, solo quiero saber cómo estás.

—Estoy bien.

Pablo resopló, siguiéndolo con la mirada a través de la habitación. Mikhaeli tenía la maleta abierta sobre la cama, la mitad llena, la otra mitad en espera a que decidiera qué otra cosa iba a llevar. En su mayoría había ropa, y cuadernos y lápices. Tenía un bolso a los pies de la cama con sus pinceles y témperas, otro más pequeño con libros, carpetas, colores. Eso era lo único que necesitaba.

—Si estuvieras bien, no hubieses pintado una versión de tu casa como la guarida de un vampiro malvado —dijo, y su voz era tranquila, bajita, tenía ese matiz suave que se filtraba por debajo de sus ganas de ignorarlo.

—No sé de qué estás hablando.

Pablo no iba a rendirse. Mikhaeli tampoco esperaba que lo hiciera. Su compañero tenía una paciencia casi incalculable, además de aquella terquedad innata que lo convertía en alguien perseverante. Pero si algo tenían en común, era eso. A Mikhaeli no le suponía ningún problema lidiar con sus constantes preguntas, ya no. Para ese punto, las evasivas le brotaban solas.

—Hablo de que últimamente estás usando mucho el gris y el negro.

—¿Y?

—Y, eso pasa desde que hablaste con tu hermano.

—Eso no tiene nada que ver con Ache —aseguró, aunque no estuviese muy seguro de qué tan cierto fuese eso.

Mikhaeli no esperaba pasar el verano en casa, había hecho planes con el coordinador de la facultad para adelantar su proyecto final y, a último momento, tras una videollamada que casi hizo que lanzara su computadora por la ventana, tuvo que cambiarlos.

Pablo lo sabía porque esa noche llegó más temprano de lo habitual, lo que lo llevó a oír parte de la discusión y tener que aguantarse la actitud esquiva de Mikhaeli hacia todo ser que lo rodeara. Había sido su culpa, de cualquier forma. Se dejó llevar por el enojo, permitió que algo que había enterrado en su interior lo empujara lejos de su lugar seguro.

Silverywood: Una puerta al Infierno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora