Ramé; Caótico y hermoso.
Terminé de subirme el cierre de mi blusa por detrás, arrojé mi cabello hacía mi hombro izquierdo, dejando a la vista mi clavícula y mi definido, huesudo e impecable cuello. Me admiré frente al espejo, tenía la suficiencia para reflejarme en ellos; ya que, no todos los ángeles y criaturas podían hacerlo.
Yo tenía un rango alto, un rango muy, muy alto. Quizás algunos dirían que era por mi edad, porque quizás y si ayudaba tener unos siglos encima, pero habían ángeles mucho más antiguos que yo y eran casi invisibles ante los ojos del inframundo, irreconocibles. Y esa misma era una característica que yo no pretendía.
Jonas y sus secuaces solían burlarme diciendo que era la favorita del príncipe, cosa que era un tanto cierta, solía darme el reconocimiento que me merecía porque trabaja duro en ello y recurrentemente me premiaba, pero todo era bajo la excusa que yo me esmeraba en destacar ante cada criatura.
Ciertamente me había tomado unas vacaciones del "trabajo" pero estas ya habían terminado, me entusiasmaba tener que regresar a alguna ciudad en la que ya había estado hace un par de años. 90 para ser exactos. Ese era el tiempo en regla para volver a un lugar, esperar que todos los que habían compartido la época contigo murieran.
Me había atrasado un par de años, pero lista para volver, decidí cazar.
¿Cazar? ¿Animales?
No, cazar a nuestra manera, era el término para ir y elegir tu víctima, normalmente cualquier ángel elegía algún vagabundo, algún humano con tendencia suicida o un criminal, lo que fuera no importaba siempre y cuando fuera un ser con alma. Pero yo no me lo tomaba tan a la ligera, buscaba la perfección, ¿El por qué soy quizás la mejor ángel de toda la existencia? Porque jamás, en mis setecientos y tantos años había asesinado a una sola persona. El trato era ese, llevarle un alma al príncipe, pero desde que yo era solo una niña dejando su sangre pura del Olimpo, no había tenido que esforzarme en asesinar a alguien para quitarle el alma. ¿Cómo? Yo tenía cierto encanto, algo que envolvía que los estúpidos e ingenuos humanos se entregaran a mí y me obsequiaran su alma. Como un sacrificio, vaya.
Por eso yo era un ángel que destacaba entre todo el inframundo. Sí, he matado criaturas, he luchado contra humanos en el proceso de sansio, pero al no tener un alma, no había perdido el toque que yo solo yo podía tener.
El tener en mi poder tantas almas, me otorgaba poderes especiales que sólo ciertos ángeles podíamos tener, es decir, estábamos por encima de todos los demás, ángeles y criaturas del Evis.
Cada noventa días había que llevarle un alma al príncipe, una sola que faltase y eras exiliado del inframundo, eso y un par de consecuencias a las que no le prestaba atención porque yo, jamás defraudaría a mi naturaleza.
Mi reflejo lucía hermoso, un brillo en mis ojos pasó deslizándose de derecha a izquierda simultáneamente, era el mismo que producía cuando soltaba algún encantamiento. Me sonreí a mí misma, la silueta frente a mi lucía exactamente como cuando yo tenía dieciocho años. Tenía una piel impecable, reluciente ante cualquier luz que la alumbrara, fresca y con una calidez en el tono marfil que solía ser la perfección. Yo era la perfección.
Los ángeles solíamos ser hermosos, era una cualidad de nosotros, la debilidad del ser humano era el atractivo físicamente hablando, no había hombre en la Tierra, vivo o muerto, en el infierno o en el cielo que se resistiera a mí. Por los ojos, por los encantamientos o simplemente por mi belleza evidente. Otro punto por el cual yo era destacada entre los demás ángeles.
Tomé aire y le guiñe un ojo a mi reflejo dejándolo plantado en el espejo mientras yo salí del hotel donde me estaba hospedando.
Me subí a mi coche y manejé por la ciudad mientras pensaba en un plan para mi cacería.
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Ramé; caótico y hermoso
FantasyLo caótico puede ser hermoso, claro que puede, pero no se debe. El amor hace que las guerras se provoquen, los mundos entrarán en una guerra por un simple humano, un simple humano que se enamoro de un ángel del inframundo, ¿qué más podría salir mal...