Capítulo VIII - Una maldita vida normal

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Capítulo VIII – Una maldita vida normal



«Julia: ¡Es una hija de puta! ¡Cuando la vea, la voy a matar!»

«Brenda: ¡Debes denunciarla! ¿Quién se cree que es para ponerte la mano encima?».

«Emma: ...».

«Emma: En realidad, yo me lo busqué al provocarla. Da igual, no quiero ni pensar en eso».

«Julia: ¡No la defiendas! ¡Deberían haberla expulsado! Podríamos quejarnos con los profesores para echarla. Hacer una colecta de firmas o algo. Esto no se puede quedar así».

«Emma: No. Prefiero no volver a agitar el avispero. Voy a dejar las cosas así como están y esperar no volver a cruzar una palabra con ella en mi vida».

«Brenda: Querida, se ven las caras todos los días en la misma aula».

«Emma: Si y lo peor es que ahora debo asistir a terapia conductual todas las semanas. ¿Y adivinen? ¡Ella también estará ahí! Definitivamente, la suerte no está de mi lado».

«Brenda: ¿Por qué no te cambias de comisión?».

«Emma: Anderson es quien firma los cambios. Y dudo mucho de que tenga ganas de verme. Él quería una expulsión inmediata. Creo que de no ser porque el director estaba pasando un muy mal momento con todo este asunto de Errol y Dani, nos hubiera expulsado sin pensarlo dos veces. Aunque ahora que lo pienso bien, puede que su hija lo haya influenciado un poco, tal vez».

«Julia: Bien. Podría haber sido mucho peor. Aun así, repito, y que quede constancia. Si la veo, la mato...».

«Emma: Julia. Por favor. Basta de hablar de muerte...».

«Julia: ...».

«Julia: No puedo creer que él ya no está...».

Emma abandonó la conversación y suspendió su celular. Observó su reflejo a través del negro de la pantalla. Su rostro era un desastre. Sus ojos, a pesar del maquillaje que se había colocado en el baño, no podían ocultar aquella hinchazón de haber llorado tanto.

Tenía un escozor punzante sobre la ceja derecha, en donde una profunda herida que se hallaba enterrada bajo una venda.

Recordó tomarse una de las aspirinas que la enfermera le había prescripto y suspiró contemplando sus manos. Ambas todavía se encontraban a merced de un ligero temblor interno, sin poder hacer nada para apaciguarlo.

Se encontraba sentada en la banca del sector más amplio del campus, ubicado en una plaza edificada frente de los predios de la universidad. Recordó el momento en dónde pisó por primera vez estos suelos repletos de verde, cuando el bus universitario trajo al grupo de ingresantes por primera vez, justo después del viaje en crucero más largo y horripilante de su vida.

Respiró el aire puro del ambiente caribeño cuando una brisa rozó su semblante, sacudiendo su cabello y se dejó llevar por sus sentidos. Las aves canturreando y sobrevolando a vuelo raso los predios; los árboles sacudiendo sus hojas ante la más ligera brisa; el gigantesco y radiante sol rejuveneciendo los rostros con sus caricias.

Definitivamente, el campus era increíble y daba la impresión que los problemas, desde aquí, resultaban insignificantes. Ahora mismo, y con todo lo que había pasado, este momento de paz era lo único que necesitaba.

Sus tripas rugieron, comunicándole que era hora de degustar su almuerzo: un sándwich cargado de pollo, cebolla, lechuga y bastante mayonesa. Mientras masticaba, intentaba disfrutar del paisaje a su alrededor; observar el comportamiento de las personas a veces la entretenía.

A-Normal 2: Rompiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora