Pudín de Vainilla

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Pudín de vainilla

¿Yaman Kirimli pudiera causarle ternura a alguien? Era una pregunta que hace cinco años le hubiese parecido impensable, ya que la respuesta a eso, para ella, hubiera sido completamente negativa. Sin embargo, hoy ahí estaba, parado en el marco de la puerta del baño, mirándola con ojos de cachorro emocionado. Claro que no cualquiera tenía el privilegio de ver a Yaman en ese estado, reservado prácticamente solo para ella, Kiraz y Yusuf. Seher sabía exactamente lo que pasaba por su cabeza, y mentalmente se recriminó a sí misma por haber hecho ese comentario minutos antes.

- ¿Dijiste 25 de marzo? – preguntó él insistente, bajando la vista a la pantalla del móvil.

- Ajá….- fue lo único que ella pudo pronunciar, antes de escupir la espuma de pasta dental. Él seguía mirando el móvil – Sólo son tres días – agregó, cuando pudo hablar libremente. – Solo tres – recalcó, dándole golpecitos con el dedo índice en el hombro para llamar su atención al pasar junto a él. Tuvo de inmediato sobre ella esos ojos oscuros, llenos de entusiasmo.

Yaman la miró como si no hubiese escuchado lo que dijo y sí, era tierno. Tanto que buscaba las palabras correctas para bajarlo de la nube en que estaba y no romperle el corazón de manera abrupta.

- Tres días no son tanto – comentó ella condescendiente, él arrugó un poco el ceño. – He tenido más labores en la escuela, debe ser el estrés – explicó, acariciando su espalda y depositando un rápido beso en ella. Él relajó su rostro y se dio la vuelta tomándola de la muñeca antes de que se alejara hacia el tocador.

- Pero podría ser que no sea por eso… - dijo él sin rendirse, en un tono emocionado. – Haciendo cuentas, coincidiría con el viaje a Bodrum del mes pasado – siguió, ahora con voz más profunda.

Seher se dio la vuelta para encararlo, él tenía esa sonrisa pícara. Bodrum ¡Vaya que esa escapada había sido intensa! Ella tampoco pudo evitar sonreír.  Pero no, era muy poco probable que algo hubiese resultado de aquello. ¿O sí?

- No creo – respondió simplemente.

- ¿Por qué? – preguntó él como niño pequeño haciendo berrinche, ni siquiera notaba su propia actitud.

Seher dio un paso al frente para estar a pocos centímetros.

- Para empezar – comenzó a hablar – Se supone que nos estamos cuidando.

- Puede fallar – respondió él de inmediato.

- No es la primera vez que tengo un retraso y no fue por eso.

- Una vez ya lo fue – contraatacó él. – y en estos momentos duerme profundamente en la habitación de al lado – agregó, levantado las cejas con triunfo.

Seher bufó al quedarse sin argumentos, era ella quien ahora fruncía el entrecejo. Yaman sonrió victorioso y en su mirada otra vez se reflejó ilusión.

- Podría ser – concluyó él, dándole un repentino beso en la punta de la nariz que la tomó por sorpresa. – No te duermas, ahora regreso – agregó, saliendo rápidamente de la habitación dejándola confundida.

No pasaron más de dos minutos antes de que Yaman regresara.

- ¿Dónde fuiste? – preguntó, sentada ante el tocador mientras desenredaba su cabello, mirándolo por el espejo.

- Cierra los ojos – pidió él, ignorando la pregunta, antes de acercarse. Su mano izquierda se ocultaba en su espalda.

- ¿Qué tienes ahí? – cuestionó ella.

- Si me haces caso lo sabrás.

Ella lo miró con suspicacia, pero en seguida hizo lo que el pidió. Yaman se aceró y se colocó tras ella. Miró hacia abajo, notando de inmediato el aroma dulce de su cabello, aspiró profundo. Nunca se cansaría de aquello, además desde donde estaba, tenía una vista estupenda  del escote de su esposa.
Pero no era tiempo de eso, por ahora.

- ¿Ya? – preguntó ella.

Yaman sostuvo frente a Seher un recipiente de cristal.

- Respira profundo y adivina qué es.

Seher lo hizo y no fue difícil saber de qué se trataba.
- Pudín de vainilla – respondió rápidamente abriendo los ojos.

Yaman la observaba esperando que dijera algo más, ella lo cuestionó con la mirada sin entender a qué venía eso.

- ¿Quieres? – preguntó él.

Seher se encogió de hombros – Es muy tarde para comer postre – opinó.

- Prueba solo un poco – insistió él, sacando una cucharilla del bolsillo del pijama. Tomó una pequeña porción y se la ofreció. Ella abrió la boca y probó, siguiendo la corriente.  - ¿Qué tal está? Preguntó.

Seher degustó al bocado un poco, creyendo que quizá hubiera algún ingrediente secreto en el postre, pero no halló nada diferente. – Igual de rico que siempre, pero…

- ¿Nada diferente?

Ella negó. Tomó la cuchara de la mano de Yaman y probó una vez más. No, definitivamente sabía igual que siempre. Distinguió en seguida la  decepción en el semblante de él. ¿De qué se había perdido?

- ¿No te desagrada ni un poco? – cuestionó una vez más.

Entonces Seher comprendió.   En un impulso se puso de pie y besó con ternura la mejilla de su esposo.  – Ya entendí – dijo. Lo tomó de la mano y lo guió hasta la cama, haciendo que se sentara con ella, quedando frente a frente. – No tengo nausea ni asco del pudín – afirmó, tomando otra cucharada.

- De Kiraz sospechamos por eso - dijo Yaman.

Ella asintió, recordando cuando una tarde casi vomita en la cocina porque Adalet le dio a probar el pudin de vainilla que había preparado para después de comer. Fue el primer síntoma, no lo sabía en ese momento, pero sí días después con los mareos y nauseas matutinas y la cuenta en el calendario. Durante meses no pudo siquiera oler el pudín sin que el estómago se le revolviera.

- Aunque las náuseas no son por lo mismo en cada embarazo… Puede que la próxima vez sea por los algodones de azúcar – explicó -  así que darme pudín de vainilla definitivamente no es una prueba confiable – agregó, acariciando su mejilla.

- ¿Pero cómo estás tan segura que no?

- No lo sé, pero lo siento… Y cuando esperábamos a Kiraz, si lo pienso bien, algo cambió desde el principio, incluso antes de sospecharlo…

- ¿No te gustaría? – cuestionó él con cautela. La actitud de Seher ante la posibilidad, le hacía creer que no le entusiasmaba mucho a idea.

- Seria algo maravilloso – respondió ella de inmediato, arrimándose a él, acunando su cara con la palma de la mano. Lo conocía, algo hubo en su tono de voz que lo incomodaba.- Si tuviéramos otro hijo sería hermoso… Solo que pienso que es pronto, Kiraz  aún es muy pequeña… Pero si pasara en este momento o después sería igual de lindo y yo estaría muy feliz. – recalcó sin apartar sus ojos de los de él. – Mañana haremos una prueba ¿Está bien?

Yaman asintió y sonrió. Claro que le hacía ilusión tener más hijos con la mujer que amaba, pensar en eso le llenaba el alma, era algo sublime. Esa noche, cuando Seher le comentó que llevaba algunos días de retraso, simplemente no pudo evitar entusiasmarse. Pero entendía y nunca haría que ella hiciera o aceptara algo solo para complacerlo.

- Tenemos que terminarnos esto – djio ella, señalando el recipiente con pudín. – Abre la boca – ordenó. Él hizo caso y dejó que ella le diera a probar un par de cucharadas. Luego le arrebató el pudín para hacer lo mismo. 

- Mmmm… me ensucié – comentó Seher, una pequeña porción se había derramado sobre la orilla del escote del pijama de tirantes y su piel.

- Una lástima – opinó él con sarcasmo – pero tengo una idea perfecta para limpiarlo. – sugirió, inclinándose un poco sobre ella, con una mano tomándola de la cintura y con la otra, apartando el cabello que caía sobre sus hombros. Acercó su boca a su cuello, provocando con su barba un placentero cosquilleo – Por supuesto, solo si tú quieres -  añadió con voz ronca, dejando que el aire escapara lentamente, rozando su piel.

Seher ladeó la cabeza para darle mayor acceso a su cuello suspirando sin recato, era la respuesta que esperaba. El pudin, después de todo, tuvo un buen fin.


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⏰ Última actualización: May 14, 2021 ⏰

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