El Caballero de la fe

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"Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra."

Génesis. 12:3, RVR (1995).

"Berajá" o bendición, es un deseo benigno dirigido hacia otra persona, sinónimo de bienestar y abundancia material. Cuando se dice: "Dios te bendiga", se está deseando que la persona reciba toda la abundancia que Dios quiera otorgarle. Bendición es una palabra que lleva consigo un poder significativo, especialmente cuando proviene de un corazón sincero. Sin embargo, al "bendecir a Dios", no se insinúa que él carezca de algo, ya que es perfecto y completo en sí mismo. Más bien, bendecir a Dios es reconocerlo como la fuente de todas las cosas buenas que se tienen, comprendiendo que todo lo alcanzado es gracias a su generosidad y providencia. Como se afirma en Hechos 17:25, "como si necesitara de algo, pues él es quien da a todos vida, aliento y todas las cosas."

La bendición implica prosperidad material, asegurando tener todo lo necesario para vivir con dignidad. No obstante, la riqueza material no representa el propósito último de la existencia humana, sino más bien un medio para alcanzar un objetivo superior: la elevación espiritual y la capacidad de asistir a los demás, tal como enseña Proverbios 3:27: "Si tienes poder para hacer el bien, no te rehúses a hacérselo a quien lo necesite".

Dios creó el mundo como un canal para manifestar su bondad de la manera más plena posible, reflejando su amor. Pero, su amor es tan inmenso que todo bien que él concede debe ser el máximo posible. Cualquier cosa inferior sería insuficiente. Entonces, ¿qué bien puede superar a Dios? No hay nada como él; por lo tanto, el mayor bien posible es él mismo. Lo material y terrenal son herramientas que nos permiten desarrollar nuestro potencial y acercarnos más a Dios, quien es la fuente de todo bien. Por ejemplo: cuando Dios le promete a Abraham que "serán benditas en ti todas las familias de la tierra", está indicando que Abraham usará los recursos materiales para elevar y bendecir a otros tanto económicamente como espiritualmente. En esencia, a través de Abraham, las personas aprenden que Dios debe ser el centro de nuestras vidas y que todo lo material puede ser utilizado para este propósito supremo.

Cuando Dios ocupa el primer lugar en el corazón de una persona, todo se transforma. La sensación de carencia desaparece y da paso a una profunda plenitud, como señala el Salmista: "¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra" Salmos 73:25. No obstante, cuando lo material se convierte en la prioridad en la vida de alguien, sin importar cuántos recursos se acumulen, nunca serán suficientes sin Dios. Como afirmó Richard Sibbes: "Todas las cosas terrenales son como el agua salada; aumentan la sed, mas no la satisfacen".

"Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra".

A diferencia de las promesas de carácter individual, como "bendeciré y maldeciré", la expresión "serán benditas" se relaciona más con lo que Abraham pudo ofrecer al mundo. Dondequiera que él fuera, se convertía en una bendición para ese lugar. Así, podemos entender la bendición de Dios como un rayo de luz que, al caer sobre sus enviados, se propaga. Al igual que Abraham, Dios espera que seamos una bendición para los demás. El Señor Jesús dijo: "Vosotros sois la luz del mundo. Así que, que brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". Mateo 5:14-16, RVR (1995). Esto nos enseña que dondequiera que vayamos, debemos esforzarnos por ser beneficiosos para los demás.

En lo profundo de nuestro ser yace un inmenso potencial que se desarrolla con cada acto de bondad que realizamos. Las promesas de Dios no están reservadas únicamente para Abraham, sino para todos aquellos que se aventuran más allá de su zona de confort, siguiendo el camino que Dios les muestra. Aunque el camino pueda volverse arduo, es crucial confiar en que todo finalmente será para bien. A veces, ese bien no solo nos beneficia a nosotros, sino también a quienes nos rodean.

Cuando nuestras acciones nos llevan a un nuevo entendimiento moral que nos acerca más a Dios, esto se convierte en un beneficio invaluable. No hay mayor bien que estar en comunión con el Señor. Si donde vamos somos una bendición para otros, entonces estamos en el camino correcto hacia la tierra que Dios nos revela. Como dice el poema: "Los ríos no beben su propia agua, los árboles no comen sus propios frutos. El sol no brilla para sí mismo, y las flores no esparcen su fragancia para sí mismas." Vivir para los demás es una ley de la naturaleza. La vida es buena cuando uno es feliz, pero es aún mejor cuando otros son felices por nuestra causa.

Entregamos bendiciones cuando ponemos nuestros talentos al servicio de otros, ayudándoles a superarse. Al considerar las necesidades de quienes nos rodean y utilizar nuestros recursos para el bien, nos convertimos en una bendición. Sin embargo, el mayor bien que podemos brindar a las familias de la tierra es compartirles el mensaje de Cristo, porque una familia que tiene a Jesús permanece unida. Aunque la ayuda material sea necesaria, no se compara con la gloria de Cristo. Como afirmó el apóstol Pablo, "Por amor a él lo he perdido todo y lo tengo por basura, para ganar a Cristo". Al predicar sobre Jesucristo, ofrecemos a las familias la oportunidad de alcanzar la salvación.

"Nadie viene al padre sino por mí". Juan 14.6, RVR (1995).

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