Quiero patearle el trasero a Ares

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La tarde siguiente, el 14 de junio, siete días antes del solsticio, nuestro tren llegó a Denver. Aquí es donde se supone donde teníamos que parar, pero no me emocionaba ver a Ares, y se lo que están pensando "Percy si no te encuentras con Ares, ¿Cómo conseguirás el rayo maestro?" excelente pregunta, y aquí va mi respuesta, no tengo ni la mas mínima idea, aplaudan, por favor.

Seguimos nuestro rumbo a los Ángeles. Esta vez puedo decir que disfrutamos de una merecida ducha en la última parada.

Unos minutos más tarde estábamos sentados en el comedor del tren, la suerte de no haber perdido el dinero. Era una tarde tranquila, disfrutando de nuestro almuerzo has que apareció mi desgracia: Ares, ¡¡¡Es enserio mundo, es enserio!!!!! Estaba a punto de gritar "No jodas y vete a molestar a otro semidiós, Ares"

Ahí estaba él, vestido con una camiseta de tirantes roja, téjanos negros y un guardapolvo de cuero negro, llevaba un cuchillo de caza sujeto al muslo y sus gafas rojas, el pelo, cortísimo y negro brillante, y las mejillas surcadas de cicatrices sin duda fruto de muchas, muchas peleas. 

Los pasajeros se levantaron como hipnotizados, pero el motorista hizo un gesto con la mano y todos volvieron a sentarse. Regresaron a sus conversaciones.

Se metió en el reservado, que era demasiado pequeño para él, y acorraló a Annabeth contra la ventana.

Ares se quedó mirándome. Di un largo suspiro intentado controlar mi ira, "Estúpido poder de Ares".

Así que tú eres el crío del viejo Alga, ¿eh?

Trague la ira que se formaba en mi—¿Y a ti qué te importa?

Annabeth me advirtió con la mirada. —Percy, éste es...

El motorista levantó la mano. —No pasa nada —dijo—. No está mal una pizca de carácter. Siempre y cuando te acuerdes de quién es el jefe. ¿Sabes quién soy, primito?

Claro sabía quién era, para mi desgracia —Eres el padre de Clarisse —respondí—. Ares, el dios de la guerra.

Ares sonrió y se quitó las gafas. Donde tendrían que estar los ojos, había sólo fuego, cuencas vacías en las que refulgían explosiones nucleares en miniatura. —Has acertado, pringado. He oído que le has roto la lanza a Clarisse.

Lo estaba pidiendo a gritos.

—Probablemente. No intervengo en las batallas de mis críos, ¿sabes? He venido para... He oído que estabas en la ciudad y tengo una proposición que hacerte.

—¿Qué favor puedo hacerle yo a un dios?

Algo que un dios no tiene tiempo de hacer. No es demasiado. Me dejé el escudo en un parque acuático abandonado aquí en la ciudad. Tenía cita con mi novia, pero nos interrumpieron. En la confusión me dejé el escudo. Así que quiero que vayas por él.

—¿Por qué no vas tú?

El fuego en las cuencas de sus ojos brilló con mayor intensidad. —También podrías preguntarme por qué no te convierto en una ardilla y te ato a los rieles para que el tren de aplaste. La respuesta sería la misma: porque de momento no me apetece. Un dios te está dando la oportunidad de demostrar qué sabes hacer, Percy Jackson. ¿Vas a quedar como un cobardica? —Se inclinó hacia mí—. O a lo mejor es que sólo peleas bajo el agua, para que papaíto te proteja.

No estamos interesados —repuse, no le daría el gusto a Ares de verme perder el control—. Ya tenemos una misión.

Los fieros ojos de Ares me hicieron ver cosas que no quería ver: sangre, humo y cadáveres en la batalla. —Lo sé todo sobre tu misión, pringado. Cuando ese objeto mortífero fue robado, Zeus envió a los mejores a buscarlo: Apolo, Atenea, Artemisa y yo, naturalmente. Ahora bien, si yo no percibí ni un tufillo de un arma tan poderosa... —se relamió, como si el pensamiento del rayo maestro le diera hambre— pues entonces tú no tienes ninguna posibilidad. Aun así, estoy intentando concederte el beneficio de la duda. Pero tu padre y yo nos conocemos desde hace tiempo. Después de todo, yo soy el que le transmitió las sospechas acerca del viejo Aliento de Muerto.

Nuevo comienzo (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora