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  Me siento con Layla en el sillón en donde Sadie estaba viendo una película con la niñera

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  Me siento con Layla en el sillón en donde Sadie estaba viendo una película con la niñera. Tras mandar a la niñera que saliera de la habitación que necesitaba hablar con Sadie, ella obedece y allí le comento lo de su carpeta rayada con esas horribles palabras de Layla.

       —Sadie, cariño, ¿Tú escribiste esto?—le muestro la carpeta con las palabras.

  Ella observa la carpeta con letras rojas con detalle y frunce el ceño pero al final vuelve a su semblante normal y baja la cabeza.

       —Si fui yo—murmura y yo abro mis ojos como platos.

  ¿¡CÓMO!?

  ¿Sadie? ¿Mi dulce y sensible Sadie? No me lo creo. Es imposible.

       —¿Cuándo? ¿Por qué?—le invadió de preguntas.

  Ella suspira y me mira con los ojos llorosos.

       —A la hora de mi siesta. Cuando la niñera me dejó, salí de mi cuna y fui a tu oficina y escribí eso—dice en un murmuró casi lloroso.

  ¿¡QUÉ!? Sigo impactado. Sadie, ¿La dulce niña?

       —¿Por qué?—ahora mi voz es dura. No puedo tolerar este tipo de comportamientos.
       —Layla siempre se está burlando de mí, riéndose y haciendo comentarios por lo bajo, asumo que me enfadé e hice esa estupidez.
       —¡Y vaya que estupidez!—exclamo yo—. Temo informarte que no pienso pasar este tipo de comportamientos en mi casa. Te haz ganado tu primera buena tanda de azotes. Por ser honesta y haber reconocido lo que hiciste no estaré tanto tiempo, pero de todas formas te ganaste una buena tanda—digo tajante.

  Veo sus ojitos. Sus ojitos mirándome con miedo. Está al borde del llanto.

       —Layla—la llamo y ella voltea a mirarme bruscamente como asustada—. Lamento por haberte inculpado, te voy a pedir que subas, mientras le doy el castigo a Sadie—ella asiente y se va escaleras arriba y cuando estamos a solas le llamo—. Ven a mi regazo Sadie.

  Ella se levanta y tras dar un par de pasos ya está en mi regazo.

  Yo la acomodo, y tras desabrocharle el body y bajarle su ropa interior le acaricio su trasero para darle el primer azote.

  Ella da un salto, y de allí empieza el castigo.

  Cuando apenas llevaba diez, la pobre estaba hecha un mar de lágrimas por lo que me detengo, no porque sea el final, si no por qué debo dejarle en claro lo que hizo mal.

       —Sadie—digo serio—como tu representante soy el responsable de que sepas que hiciste mal. ¿Lo sabes?

  Ella asiente. A lo que yo le doy una nalgada a lo que salta de nuevo.

       —Palabras Sadie. Quiero palabras.
       —Si sé que hice mal—dice entre lágrimas.
       —Pues ilumíname—digo aún en voz cortante.
       —Dañe un documento importante escribiendo palabras que no eran ciertas.
       —Correcto, ¿Y qué más?—rompió muchas reglas en poco tiempo.

Pequeñas lecciones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora