CAPÍTULO 29
Ya se cumplían cuatro semanas desde mi llegada a la universidad.
Había decido comenzar el semestre con una actitud positiva, suprimiendo mis pensamientos negativos e intentando ser una persona más optimista. Seguía rodando los ojos constantemente y la mayoría del tiempo las personas me parecían fastidiosas. Pero a diferencia de antes, ahora era más tolerante, o estaba intentando serlo. Los malos hábitos toman su tiempo de superar. Lo mejor de todo era que la abuela de Sofía tenía un complejo de apartamentos que alquilaba para estudiantes que viajan de lejos. Mi casa me quedaba sólo a una hora de distancia, pero persuadí a mis padres para que me dejaran quedarme con Sofía. Les dije que me darían un cuarto a mitad de precio, por ser amiga de la dueña del complejo. Papá no dijo si al instante, pero luego cedió.
Lo bueno era que no había venido sola a la universidad. Sofía estaba conmigo. Lucía había asistido a otra universidad no lejos de la nuestra. Prometimos visitarla todos los fines de semana.
Había decido estudiar economía, principalmente porque, me gustaba el dinero, quería dinero y necesitaba el dinero. Era la carrera perfecta para mi.
Había ganado una media beca gracias a mi ensayo. Mi papá sólo tenía que pagar la mitad de todo. Eso contento a papá. Cuando les dije que había ganado una media beca, me felicito y me dio una palmada en la espalda.
¡Palmeo mi espalda!
Eso quería decir que por primera vez, ante sus ojos, había hecho algo bien.
Ricardo y yo seguimos escribiéndonos. En su mayoría el me enviaba fotos de todos los lugares a los que iba. Sólo nos telefoneábamos cuando queríamos tener una larga conversación.
Comenzaba acostumbrarme a mi nueva rutina. Pero sobre todo estaba feliz de al fin poder sentir paz.
Sentí lástima por mamá, que ahora tenía que quedarse sola con papá en casa. Me preguntaba en quien descargaría su ira ahora que yo no estaba.
Estaba en la biblioteca buscando un libro que nos habían pedido leer para la clase de historia. Lo había encontrado, pero estaba demasiado alto para mí.
“Déjame te ayudo” me dijo una voz grave “¿es este?” asentí.
El chico me entrego el libro, lo tome de sus manos y me aleje, pero luego recordé que no le había dado las gracias.
“Gracias, por el libro”
“No hay de qué. ¿Estás en la clase del señor Herrera?” asiento “hay una copia que te explica todo de una mejor manera. Si quieres te ayudo a buscarla”
“No creo que este, si ya está citada es muy posible que ya se la hayan llevado”
“No lo creo. Soy el único que conoce la existencia de eso libro”
“¿A, si?” le pregunto tratando de sonar impresionada.
Los ligues en la biblioteca no eran lo mío.
El chico no era feo, al contrario, tiene muy buen aspecto. Piel olivácea, cabello rizado, sonrisa amistosa. Pero su atributo más destacado son sus espesas cejas. Le sientan muy bien en su rostro de mandíbula cuadrada.
“Si. Lo escondí porque sabía que se haría muy popular si otros lo encontraban”
Pasamos media hora tratando de buscar el libro citado, que según el chico, estaba marcado con una estrellada dorada en el borde.
“Bingo” saca un libro de tapa roja que no tiene codificación ni título “nadie se toma el tiempo de ver que hay dentro de un libro sin título, nuestra generación es demasiado perezosa”
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Cuestión de decisiones
Novela JuvenilPara Natalia Santiago todo lo que la rodeaba era detestable. Odiaba el colegio, socializar, las tareas y la gente feliz. Ella creía que no había nacido para ser feliz, ya que nada feliz o emociónante sucedía en su vida, y vivía en un perpetuo ciclo...