Besar: Montaña Kukuroo

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El entrenamiento en la montaña Kukuroo era una de las experiencias más intensas que Leorio Paladiknight había vivenciado, al menos lo fue después del examen del cazador.

Hoy podía celebrar y sentirse orgulloso de sí mismo, había aprobado cada una de las fases de prueba, se convirtió en hunter, pero, lo mejor de todo eso, eran las amistades que reunió, Gon, un niño inocente que poseía la sonrisa más desinteresada del mundo, Kurapika, un chico dos años menor que él, motivado por un deseo de venganza profundo, aunque irracional, así lo había considerado en un inicio, incluso todavía, pero, era su amigo y debía apoyar, por último y no menos importante, Killua, el pequeño asesino de cabello nevado, sin duda, sus ojos reflejaban gran parte de su personalidad, probablemente excesivamente helada como un témpano de hielo, por otro lado, Gon, Leorio y seguramente Kurapika, sabían que ese niño tenía un precioso potencial camuflado, por esa razón, estaban aquí ahora mismo, deseaban "salvar" a su amigo, lo cual era extraño, simplemente moraba en lo absurdo, lo estaban rescatando de su familia, en su propia vivienda.

Gon había dormido temprano por órdenes de Leorio, según el mayor, su brazo debía recuperarse con más rapidez debido a las horas extras de descanso. El cazador y próximo estudiante de la carrera de medicina, se encontraba sentado en una silla junto a una mesa de madera, sus codos apoyados sobre la superficie, pensativo y exhausto, el entrenamiento con Zebro era infernal, de cierta manera, era ridículo, tan sólo debían abrir la gran puerta principal de la descomunal residencia de la familia Zoldyck. Sin embargo, la actitud determinada de Gon y la paciencia de Kurapika lo motivaban a no rendirse, había decidido acompañar a sus amigos ¿en qué demonios estaba pensando, de todos modos?

El adolescente de diecinueve suspiró.

-Te ves más cansado que de costumbre. – la voz aguda y tranquila de Kurapika lo sorprendió desde la retaguardia.

- ¿Parece? – masculló cabizbajo desde su sitio. Leorio elevó sus brazos al cielo, destensando y extendiendo su cuerpo lo más alto que pudo.

Kurapika tomó asiento frente a él con los ojos cerrados y sosteniendo una taza con té hirviendo. El agua se evaporaba ligeramente, llevando el delicado olor de la infusión hasta las sensibles fosas nasales del pelinegro.

-¿Qué clase de aroma es ese? 

El rubio abrió los ojos lentamente y miró a su amistad.

-el señor Zebro me recomendó esta infusión para... - su voz calló, Leorio notó la manera en que el rostro de Kurapika sucumbió al cambio de color -presumo que las setas que comimos el otro día no me sentaron bien. – finalmente dijo. Sus ojos volvieron a cerrarse, quién sabe si lo hizo para evitar la mirada confusa del pelinegro o simplemente para relajarse.

-ya veo, así que tienes diarrea. – dijo sin chispa de tacto.

Una ceja de Kurapika se enarcó, Leorio sonrió con anchura y permitió que sus labios produjeran una risita condescendiente.

El corazón de Kurapika se hinchó, se relajó soplando sutilmente la superficie de la bebida. -si... - asintió aproximando sus labios al borde el recipiente, ingiriendo un pequeño sorbo.

-¿y te duele mucho el estómago? – preguntó con preocupación.

Los ojos del rubio se abrieron sorpresivamente, se estacionó directamente sobre los ojos cafés de Leorio por una fracción de segundo, seguido a eso, su mirada se entretuvo persistentemente en la taza mientras su cabeza negó en señal de respuesta.

- ¡eso es genial! – el más grande de los dos se alegró - podrías decírmelo para la próxima, ya sabes, cargo en mi maletín ciertos antídotos que podrían ser útiles. Enfermar del estómago es tan común. 

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