Agustín:
La alarma de mi celular sonó como lo hace todos los días, era hora de ir al Instituto. No había cosa que me gustara y odiara más hacer, sobre todo luego de haberme quedado leyendo hasta las 3:00 am. No era mi culpa, bueno, en realidad sí. Pero la historia era muy interesante. Me había quedado atrapado en ella, y entre la música y la lectura me había olvidado de la hora.
En cuanto yo caía en dónde estaba, qué tenía que hacer y cómo iba a hacerlo, mi madre se me había adelantado como 20 pasos entrando a mi habitación y gritando:
“Agustín, si querés bañarte antes de ir al Instituto levántate ahora, sino, vas sin bañarte.”, y como si fuera un resorte, reboté de la cama al baño y me encerré.
A medida que me bañaba, y escuchaba lo que mi celular reproducía, pensaba en mi vida. Como creo que hacen la mayoría de los adolescentes, en realidad no había nada especial en mi. Era un chico de 17 años que vivía con su madre, abuela y hermana, era bueno en el Instituto, algo que no definía como bueno o malo aún, me gustaba hacer ejercicio pero no deportes, leía pero no en voz alta y escuchaba música pero no cantaba. Tenía un secreto, un secreto a voces, me gustaba alguien, era un hombre. Soy gay y me gustaba un hombre. Pensándolo bien no era un secreto, depende de la persona. Mi mejor amiga lo sabía, Abril, ella sabía todo sobre mi vida. Para ella no había nada que fuera un secreto. Pensar en eso me reconfortaba. Tenía un guardián para mis secretos.
A medida que terminaba de bañarme, y mojaba mi teléfono con las gotas de agua que caían de mis dedos en el proceso de cambiar las canciones que no me gustaban del aleatorio, pensaba en la persona que seguido no me permitía pensar. En realidad, siempre discutía conmigo mismo. Tener gustos tan comunes me molestaba pero, me consolaba pensar que era culpa de los libros que leía y los amores imposibles de los que mi infancia se había nutrido. Mi amante imposible, común punto de deseo de hombres y mujeres de mi Instituto, y capitán del “equipo roba-miradas”, el único e inigualable Federico Rodríguez.
Era poco razonable de mi parte estar enamorado o gustar de él, todavía no lo decido, y él lo sabía. Él sabía que era lo único irracional que había en mi vida , como amigos que éramos, yo creo que no escapaba a mis sentimientos y simplemente había decidido ignorarlos por el bien de nuestra relación. El guardián de mis secretos, Abril, pensaba que solo estaba conmigo por las ayudas académicas que podía darle, y, aunque ella sabía todo, no estaba con nosotros cuando nos juntabamos en su casa o en la mía. Él me quería, a su manera.
Para cuando había terminado de vestirme me di una media sonrisa en el espejo y bajé para comer una manzana e irme al Instituto no sin antes saludar a mi abuela, madre y decirles que las quería mucho. No sabía porque, pero tenía la necesidad de despedirme bien de ellas. Mi hermana ya se había ido.
Personalmente disfrutaba mucho el camino al instituto, era peligroso porque eran cruces complicados y pasaban muchos autos, pero con música y atención llegaba a salvo y con una muy linda vista de la rambla en el camino.
Cuando llegué vi un mensaje de mi madre que decía: “Que tengas un lindo día, te quiero mucho”. A lo que yo respondí “Igual, te quiero”; y entré para poder encontrarme con mi mejor amiga escuchando el nuevo tema de su banda favorita. Siempre había un tema, siempre había algo nuevo con Abril. Me acerqué, vi cuánto le faltaba a la canción y esperé en silencio para poder escuchar su reacción.“Es el mejor tema hasta el momento” dijo casi gritando y terminando de despertarme.
“Me alegro, ¿algo especial que haya dejado la noche de anoche?” dije y ella sabía a lo que me refería.
“Coincidimos en cancelar porque teníamos muchas cosas que hacer, muchos deberes” dijo ella.
Yo sabía lo mucho que a ella le costaba hablar de sus sentimientos y no quería obligarla en el instituto, pero había algo que quería decirle.
“Entiendo, espero que hayan agendado para dentro de poco. Te mereces encontrar a alguien lindo que te quiera y te valore, y aunque no la conozco, ella parecía, por lo que vos me decías, una buena chica. Deberías darle una oportunidad y, dártela a vos misma. De ser querida por alguien más que no sea yo lo-mejor-que-te-pasó-en-la-vida” dije casi sin respirar lo último.
“Gracias, y vos también te tenes que permitir ser amado” me dijo ella luego de haber pensado un poco sobre lo que le había dicho.
Antes de que yo pudiera decir algo, Fede se asomó y se nos unió a la conversación. Abril rodó los ojos abiertamente, cosa que me llamó la atención, porque normalmente no demostraba desagrado tan abiertamente. Mi sorpresa acabó en el momento que vi a todos sus amigos asomarse con él. Igualmente, puse mi mejor cara de desagrado, para todos menos Fede. Siempre para todos menos él.
Cuando se acercó no pude escuchar lo que me estaba diciendo porque me concentré en lo que sus amigos estaban susurrando a escondidas, nos miraban a mí, a Abril y luego a Federico. Era irritante e intrigante. Quería saber de qué hablaban. Me perdía lo que Federico me decía. Hasta que se me acercó a la oreja y me susurró algo que apenas entendí “En el patio de la puerta principal cuando terminen las clases”. Asentí y me fui, con Abril, a otra parte porque la presencia de los amigos de Fede me molestaba. Eran los típicos hombres heterosexuales machistas y misóginos de los que nadie quiere ser amigo pero que de igual forma todos respetan. Mejor dicho, les tienen miedo. Incluso, a veces, pienso que entre ellos se deben tener miedo.
Una vez que llegamos hasta donde pensábamos quedarnos sonó la campana indicando que teníamos que entrar a clase. No podía estar más feliz. Era hora de literatura.
Prácticamente arrastre a mi acompañante por el pasillo hasta nuestro salón, que sorpresa me llevé en cuanto vi a la profesora acompañada de la directora del Instituto y en el pizarrón de clase la frase “Identidad de género y orientación sexual”.
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Cayendo por un, ¿heterosexual?.
Teen FictionDonde Agustín está enamorado de Federico. Donde el mundo entero de Agustín gira entorno a Federico. Donde no hay mejores encuentros que los desencuentros.