La risa de una mujer llenó el silencio en el departamento y yo sonreí muy satisfecha conmigo misma mientras que Euler soltaba un maullido lastimero ante el disfraz de león que le había comprado.
—Se ve precioso—aseguró Lindsay al otro lado de la pantalla—, ¿Dónde consigues esos trajecitos?
—Hay una tienda muy cerca que siempre tiene algo nuevo—confesé con una sonrisa, poniendo a Euler sobre mis piernas—. Todos le quedan hermosos.
Amaba a este gato aunque no fuera mío y creí que el sentimiento era mutuo, por algo más que el plato de comida que siempre le tenía lleno en la cocina, porque se la pasaba más tiempo metido en mi departamento que donde fuera que vivía.
—Es verdad—confirmó ella divertida—, ¿Me podrías pasar las fotografías que le hayas tomado?
Apenas me dio tiempo de asentir cuando se escuchó como alguien más se aclaraba la garganta y esa señal fue suficiente para saber que lo que se venía no era bueno.
Así que, para ganarme tiempo, comencé a quitarle el disfraz con toda la paciencia del mundo como si el gato no se estuviera removiendo para escapar de mí.
—Cariño—habló Collin con suavidad—, tengo que hablar con Keyla de trabajo, ¿Te importaría darnos un minuto?
Tenía la impresión de que lo último de lo que íbamos a hablar era de trabajo.
—Claro, claro. Espero verte pronto, Key.
—Yo igual—murmuré bajo.
Podía sentir la mirada de reproche de Collin sin necesidad de levantar la mirada. Euler escapó de mí en el momento en que sintió que la presión del traje desaparecía y se escondió en la cocina.
—Lo que estás haciendo no es sano.
—No sé de qué me hablas—me defendí de inmediato.
—Sí que sabes, así como también sabes que solo te estás haciendo daño.
—¿No deberíamos hablar mejor del manuscrito?—le pregunté irritada—, ahora no necesito una charla terapéutica.
—El trabajo puede esperar, Keyla, me preocupas.
Deseé no sentir esa presión en mi pecho ante aquellas palabras, que me diera igual lo que él sintiera pero era simplemente imposible.
Conocí a Collin desde hace más de cinco años, cuando no tenía a casi nadie después de mudarme, me había apoyado sin conocerme y había estado dispuesto a dejarme entrar en su casa cuando lo necesité. Había sido como el padre que me había gustado tener y por eso mismo su preocupación me dolía y me hacía sentir culpable.
—Estoy bien.
—No, no lo estás. Ha pasado un año desde—
—No quiero hablar de eso hoy—lo interrumpí con brusquedad—, lo hemos hablado hasta el cansancio, Collin y la respuesta no cambia nada. Aunque no acepto sus motivos, lo entiendo y ya lo superé.
—No has superado nada—me reprochó con dureza—. Llevas seis meses en Sheffield y no has salido del departamento para nada que no sea estrictamente necesario.
—Eso no lo sabes—me defendí, apretando el disfraz en mis manos—, a lo mejor salgo todas las noches a un bar y no te lo he contado.
—Me alegraría por ello si no fuera una mentira—enfatizó con seriedad—. Mírame y dime que ya dejaste atrás lo que Sammantha y Richard te hicieron y te juro que no volveré a tocar el tema.
ESTÁS LEYENDO
Cuantos problemas
RomanceKeyla Hill tiene seis meses para escribir una nueva historia antes de que se cumpla el contrato con la editorial y se siente frustrada porque su editor no ha pasado el primer manuscrito que le envío sin importar cuántas correcciones haga. Tiene todo...