Capítulo V: Amor de madre

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La cálida sangre, salía a borbotones de la garganta de Harold, vertiendo el fluido sobre la pared, el suelo y las niñas, que gritaban desesperadas

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La cálida sangre, salía a borbotones de la garganta de Harold, vertiendo el fluido sobre la pared, el suelo y las niñas, que gritaban desesperadas. Con poco más de un mes en éste mundo, acababan de ver morir, brutalmente asesinado, a su padre.

Hannibal, no contento con esto, asestó numerosas puñaladas en la carótida del hombre que yacía muerto entre sus brazos, hasta casi diseccionar la cabeza del resto del cuerpo. Acto seguido, le dejó caer al suelo, sin soltar el machete. Giró la cabeza en dirección a Margareth, que horrorizada, se lanzó sobre el hombre inerte, dejando caer la escopeta a su lado.

— ¡Harold! ¡Harold, despierta! ¿¡QUÉ HAS HECHO, HANNIBAL!? ¿¡QUÉ HAS HECHO!? ¿¡QUÉ HAS HECHO!?

—Liberarte. La prostituta María Magdalena, engañada y cegada por el pecado, le rinde sumisión a su verdugo. Eso te convierte en una sucia perra, pecadora ¡y yo te he liberado!

La mirada del hombre enloquecido por la lujuria, el delirio y el triunfo, junto a las salpicaduras de sangre, le dieron un aspecto de enajenación y demencia que Margareth no había visto en él jamás.

—Tú no eres mi amado Hannibal... ¡Quiero recuperar a mi hermano! ¡Déjalo en paz!

La locura se apoderó de él y ahora planeaba seguir su obra con las gemelas.

—Hannibal volverá purificado. Hannibal no es capaz de igualar lo que soy yo. Volveremos a ser una familia los cuatro. Tu amado hermano me ha concedido todo el control de sus actos. La costilla de Adán pecó, convirtiéndose en la serpiente embustera. Yo seré el pilar de la familia. El redentor enviado, para devolver a la oscuridad lo que debe ser devuelto y a la luz, lo que debe ser salvado.

Su voz siniestra, mantuvo en alerta a Margareth. Nadie tocaría a sus pequeñas. Ni siquiera él. Se puso en pie, olvidando el cadáver de Harold, que teñía el suelo de sangre, en un charco que se iba extendiendo conforme abandonaba su cuerpo, y se lanzó sobre las pequeñas, protegiéndolas con su vida si fuese necesario.

— ¡SON MÍAS!

Gritó desesperada, buscando la fortaleza en su interior. Si el álter ego de su amado hermano quería una compañera, ella se convertiría en esa aberración, a cambio de la protección de Septhis y Judith.

—Ya no. Ese desgraciado que yace a tus pies no era un verdadero alfa. Sus crías no merecen desarrollarse.

Levantó el cuchillo sobre su cabeza y con la mirada ida, mostró la rabia y la impaciencia de reclamar lo que le pertenecía, por un derecho que se había otorgado a sí mismo.

— ¡Seré tu compañera! Seré tuya de nuevo. Pero, prométeme que las niñas vivirán.

La personalidad que habitaba el raciocinio de Hannibal, astuto, calculador y agresivo, incluso despiadado, se paralizó, pensando en la promesa de ella. Tenerla como su pareja de apareamiento siempre y cuando las aberraciones, fruto de un miserable y sucio extraño, que engañó y mancilló el apellido Peters, siguieran con vida. Podría criarlas como suyas. Su pequeño Död, a fin de cuentas, no estaría sólo. Esa idea desapareció en cuanto descubrió que el amor por ellas superaría el amor por él y su pequeño bastardo.

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