[Capitulo 1]

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2023, Octubre.


Llovía a cántaros como si el diluvio realmente no quisiera parar jamás y el clima gris, frio y triste gritaba a su manera la forma en que se sentía, y asimismo yo, identificada con las gotas cayendo sobre el césped, sobre el asfalto, sobre el techo de los locales, de las casas, de los autos.  Nunca lo había visto de esa manera hasta ahora que me encontraba profundizando al respecto, sentada resguardándome de la lluvia dentro de la única cafetería del campus universitario, conservando el calor gracias a la calefacción del establecimiento.

Estaba a la espera de que dejase de llover en cualquier momento para poder irme a casa porque era mi día libre del trabajo y porque estaba exhausta, cansada y solo quería irme a dormir, a descansar.

Mirar las gotas de lluvia cayendo me daba paz y al mismo tiempo me identificaba con ellas porque era la manera en la que el cielo, las nubes, el universo entero, se desahogaba: llorando, sin ocultarlo.

Suspiré y bebí el último sorbo de mi taza de chocolate caliente cuando la campanilla del local sonó, alguien entró al establecimiento y volteé por curiosidad a ver quién buscaba refugiarse de la lluvia.

Entonces lo vi.

—Una taza de café, por favor ¡ah! Sin azúcar —ordenó a una empleada antes de sentarse a una mesa de distancia de donde yo estaba, una mesa en la que ambos podíamos vernos sin impedimentos.

Fingí ponerle atención al libro frente a mi, ese que debía leer para mi clase de análisis literario y bajé la mirada, pero aún así no pude concentrar mis pensamientos porque se desviaron al chico sentado en la otra mesa. Cada tantos segundos levantaba la mirada para observarlo, aunque no se diera cuenta. Él si estaba concentrado en leer algo.

El uniforme de estudiante de medicina que comenzaba las practicas le sentaba tan bien que era imposible no verlo embobada. Se pasó una mano por el cabello peinándoselo hacia atrás, un poco largo, rizado y muy dorado, tenía un rastro de barba que le daba un aspecto de tener unos años más y se veía muy... maduro. El cabello casi de inmediato le volvió a caer por los lados y le cubrió la frente, todo lo que podía ver era el puente de su nariz y sus labios, su mano sostenía un bolígrafo y la tinta permanente en su muñeca dibujaba la decisión de unos años atrás en el tatuaje que llevaba y que seguía tan presente e imborrable como nada más.

Tu llevas mi sueño en ti y yo llevo tu sueño en mi.

Al menos seguía teniendo una parte de mi en él, aunque no fuera la indicada. Ya casi han pasado cinco años de eso y él todavía no me recordaba, y nada era más frustrante que aquello. ¿Dolía? Si, dolía horriblemente, y era una especie de dolor inexplicable, ese en el que tu corazón pende de un hilo que roza con un montón de cristales y que si en cualquier momento el hilo se rompiera, el dolor seria insufrible.

Mantener mi distancia era la cosa más difícil que había hecho después de aceptar la perdida de mi bebé. Mi vida estaba en picada, y realmente no veía el arcoíris después de la tormenta, porque mi tormenta no parecía querer cesar nunca.

Me pasé las manos por el rostro y largué un suspiro tratando de centrar mi atención, pero entonces, volví a desviar mis ojos de manera inconsciente y...

Colisioné.

Las iris zafiros, oscurecidas, me observaban casi con gran fastidio mientras daba un sorbo a su taza de café.

Aun cuando no me hablaba, cuando me miraba como a una desconocida extraña y ajena a su vida, seguía preocupándome por él como lo hacía desde el primer día que nos conocimos en el primer grado. ¿Y por qué? Porque estaba perdida, estúpida y ridículamente enamorada de alguien que no conservaba el más mínimo recuerdo sobre mí.

Recuerdos Al AireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora