ú n i c o

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La primera cosa que Jimin notó al entrar a la pequeña tienda, con la respiración agitada y las cintas de sus zapatos de plataforma mal atadas, fue la sorprendente ausencia de la prescindible señora Min

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La primera cosa que Jimin notó al entrar a la pequeña tienda, con la respiración agitada y las cintas de sus zapatos de plataforma mal atadas, fue la sorprendente ausencia de la prescindible señora Min. Ella no lo recibió con aquella mirada irritable, como si su mera existencia fuera la causa del cáncer o de las eternas arrugas que parecían llenar su rostro pálido.

Ella lo odiaba. Más que una suposición suya, era un hecho. Y no lo malentiendan, claro que Jimin es una persona de suposiciones. Después de todo, había crecido en un hogar católico. Hasta que, bueno, él decidió que rezar de rodillas a Dios no era realmente lo suyo y volcó su vida hacia el camino del mal, como bien diría su madre. Aunque eso de ponerse de rodillas todavía lo practicaba de vez en cuando, en situaciones mucho menos religiosas pero igual de piadosas.

Él más que nadie sabía lo que la gente como la señora Min pensaba de él y de su peculiar manera de vestir, o del fragante automóvil que manejaba, o del notable cabello maltratado por cambiarlo de color cuantas veces quería o...

Bueno, el punto es; él también odiaba a la señora Min. O señorita. Ni siquiera lo sabía. Sólo le hablaba cuando asistía de emergencia a su frutería, como en esa ocasión, aunque siempre terminara con alguno de ellos gritando. Jimin estaba más que aliviado de que esa tarde no tuviera que verla.

Caminó hasta donde sabía que encontraría los vegetales y comenzó a llenar bolsas de lo que intuyó podría necesitar para la cena sorpresa que iba a tomar lugar en su casa y de la cual no tenía idea hasta hace unos pocos minutos. Seokjin podría ser un jefe encantador, pero cuando tenía hambre se transformaba en algo parecido al monstruo de las galletas. 

¿Qué clase de jefe te llama a las seis de la tarde en tu día libre y te pide, no, te exige una cena casera para ese mismo día?

Bastardo.

Eso mismo le había llevado a donde está ahora, intentando recordar la lista de ingredientes de la "simple y casera" receta de pasta y ensalada que había googleado justo antes de salir de su casa y que al parecer Gigi Hadid había hecho viral.

Cuando finalmente juntó todo y se dirigió al mostrador, algo más llamó su atención: una mata de cabellos color menta se encontraba en el mismo lugar en donde la señora Min le había escupido en la cara que era un estúpido por no saber diferenciar el cilantro del perejil. Él, como todo buen caballero, recuerda haberle gritado de vuelta.

Con un par de personas antes que él en la fila, se dio tiempo para examinar al chico que cobraba detrás del mostrador. Le había visto antes, muchas veces como para recordar su cara, pero pocas para siquiera hablarle. Y cómo no recordarlo, si el chico estaba tan sabroso como las uvas que ahora metía en una bolsa de plástico.

Ay, Dios. Simplemente no acabas de hacer esa comparación... ¿lo hizo?

No sabía el nombre del chico. En realidad, lo había repasado un par de veces; cuando lo veía descargar cosas del camión de productos o cuando se dedicaba a acomodar las cajas de kiwi en frente de los refrigeradores, pero nada más. Ni siquiera el pensamiento de entablar una conversación parecía lo suficientemente atrayente como para tomar la iniciativa. Se conoce lo suficiente como para saber lo ridículo que puede llegar a ser cuando intenta acercarse a ese tipo de chicos. Era un simple y rotundo no.

Tangerine Mint | Yoonmin |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora