🍏 Capítulo LII

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           Capítulo LII.

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Marcos

Recreaba la imagen de una joven sentada en la arena, con la cara alzada un momento al sol, el viento acariciando con premura sus cabellos, ojos cerrados, sonrisa beatífica, abrazada a si misma por las piernas; mientras conducía entre las tinieblas, entre el silencio de la madrugada.

Llegamos hace cuatro días, el recuerdo latía en mí con vigor: su voz, su alegría, su entrega. Su luz se me tatuó en cada poro, tanto que la idea fugaz de girar en la siguiente variante para regresar a la urbanización, subir hasta su piso y quedarme a dormir con ella se me cruzó en repetidas ocasiones. Rechacé cada una de estas. Debía dejarla respirar, pasamos mucho tiempo juntos, quizás estaba algo hastiada de mi presencia.

Manejaba a través del frío paisaje entre invernal y otoñal, pues, el clima del país siempre ha sido una locura, las estaciones no se muestran de forma concisa o como se esperaría: en el momento llueve, aunque está menguando de forma rápida. El tráfico es inexistente gracias a la hora intempestiva que elegí para regresar de casa de Susana. Ella no quería, por obvias razones, dejarme salir de allí casi a las tres de la mañana, no obstante, mi terquedad que a veces sacaba las garras me hizo pasar por alto cualquier razón que me diese, decidido a salir a aquella hora de un hogar seguro.

Hubiese sido mejor haberle hecho caso seguramente, pero ya estaban las cartas barajadas, tenía mi mano y decidí apostar, sin saberlo en realidad.

Mi apartamento estaba cerca, a diez minutos o menos en situaciones como esta, en la que me era permitido escurrirme de forma tranquila por el asfalto, por lo que manejaba confiado, quizá no tan concentrado como debería.
Después de llevar cinco minutos de viaje, mi cuerpo reaccionó a una silueta cerca a la entrada de un callejón. Pasé por allí incontable cantidad de veces para hacer este mismo camino, pero no estuve de pie por estas calles nunca, no había locales que me llamasen o me hiciesen necesitar algo, mas, esta noche esa figura, que sin lugar a dudas era la de un hombre, me haló de forma tan tremenda que terminé deteniendo en auto a escasos seis metros de esta.

Debí reconocer dos cosas: una era que, cuando le adiviné en la digamos lejanía y con las finas gotas salpicando el vidrio frontal del coche, fue más un instinto el que me dejó claro quién era, percepción que tenía toda la razón. La segunda es que al usar el término hombre, estaba siendo piadoso con aquel ser, no lo decía simplemente por la ira que me embriagaba al pensar en él, ahora me hacía una idea de porque no se le encontraba de forma sencilla: no había rastro de su yo anterior. Si me lo hubiesen descrito como lo hicimos nosotros, si me hubiesen mostrado la foto que llevamos, si me diesen los datos que dimos, yo, inexperto en ese campo, jamás hubiese dado con él, pues del joven corpulento gracias a levantar pesas, con aire de macho popular, de Casanova, solo quedaba piel, hueso, ropa ancha, barba maltrecha, mirada lánguida, vidriosa y apagada al igual que todo él.

La iluminación del lugar trabajó en conjunto con mi posición, esta coacción dejaba que le adivinase completo. Intuía que él, que estaba bastante ido por probables efectos narcóticos, alcohólicos o ambos, también posaba su atención de tanto en tanto en el vehículo estático cercano, el sentirse observado no es algo que traiga buenos presagios a esta hora, por lo que entendía que hasta en el estopor que se mostraba en su cuerpo, estuviera pendiente de su entorno, aunque quién sabe qué sería para él, qué estaría viendo en realidad, cuál sería el reflejo que su cerebro embotado estaba mostrándole.

Me quedé con efervescencia en las venas un rato, solo observando su comportamiento: su retintín de cabeza, sus espasmos involuntarios.
Me preguntaba qué hacer, aunque tuviese claro que debía informar a las autoridades, ese era el proceder.
No lo hice, como tampoco hice ciertas otras cosas en esa madrugada que saludaba ya los días finales de enero.
Él, en su marcha lisérgica pareció hartarse del lugar, comenzando a entrar con dificultad por el callejón, con excesivo entorpecimiento al andar para incluso un octogenario. Decidí bajar del auto, seguirle. Primer error que ya sabía que lo era, a pesar de que me importase poco. La callejuela era estrecha, pero muy larga. Podía verlo a lo lejos, supongo que él podía escuchar mis pisadas detrás ya que en un momento se viró para mirar, al comprobar, se detuvo, volteando por completo en mi dirección.

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