UNCONTROLLED

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Noviembre, 1990.

Oscuro. Algunos les encantaba estos días. En cambio, otros dirían que no es agradable ni bonito. Pero nadie podría hacer nada, sería completamente estúpido pensar que si.

Las gotas de lluvia caían más rápido, como si estuvieran tratando de llevar el mismo ritmo que la caminata de aquella mujer, quien no se detenía a pesar de estar ya casi empapada.

Al parecer, la mujer no se había dado cuenta de eso, pues no paraba de caminar ni tan solo un segundo. Parecía como si estuviera huyendo de alguien. En sus brazos sostenía a un bebé, que estaba rodeado por una suave y sedosa manta de un color gris. Aunque, lo que era notable, es que no era su color natural. Polvo. La manta tenía polvo, mucho polvo. A la mujer no parecía importarle esto, o, tal vez, ni siquiera se había percatado.

La adulta llevaba un abrigo negro bastante largo y unas botas que llegaban hasta sus rodillas del mismo color. Parece que salió rápidamente de su casa, ya que olvidó abrocharse los botones de su abrigo. Se podía apreciar un chaleco verde apagado, que llegaba hasta sus caderas. El cuello de la camisa blanca se hacía notar.

La pocas personas que pasaban por su lado no se percataron de nada, al igual que ella, estaban apurados.

Se le veía triste, se sentía triste. ¿Cómo era capaz de hacer semejante cosa?. Se había dicho que era por el bien de su bebé, de su hija. Además de que corría un gran riesgo quedándose en su casa, luego de que haya sido destruída. No le importaba. De lo que se encargaría en estos momentos era por el bien estar de su única hija, de la cual había tomado un gran cariño. Corazón de madre.

—Lo siento —susurro—. Lo siento mucho.

Una lagrima resbaló por su mejilla. Sentía que era una madre terrible. Una madre que no era responsable de su hijas. Una madre que no era capaz de protegerla. Una madre que no luchaba y que se rendía fácilmente. Una madre que abandonaba a su bebé en un lugar que ni siquiera había visitado. Pero era lo único que podía hacer. No tenía elección.

Paró en seco cuando llego a su destino. Una gran mandaron fue lo que sus ojos pudieron observar rápidamente. Abrió las rejas, que tenían un símbolo de paraguas. Pensaba que en esa casa tenían una obsesión muy grande con aquel objeto. Las ventanas mostraban el mismo símbolo, haciendo que ese pensamiento fuera confirmado.

Se acercó lentamente hasta llegar a la puerta, para luego, dar pequeños pero fuertes golpes en ella. Estaba completamente nerviosa, no sabía aceptarían a la pequeña en sus brazos, pues todavía era una bebé. O, probablemente, piensen que esté loca.

La puerta se abrió dejando ver a un señor cuyo rostro era muy serio, con una barba entre blanco y gris. Vestía muy elegante, eso era evidente, también llevaba un monóculo en el lado izquierdo de su ojo. Sí, lucia realmente elegante.

—¿Qué quiere? —preguntó, serio.

La mujer se puso aún más nerviosa que antes, pero optó por hablar. Con tan solo oírlo decir eso, pudo deducir que no era un hombre con paciencia y que preferiría ir directamente al grano.

—Disculpe que lo moleste, pero, ¿usted es el Señor Reginal Hargreeves?

—Sí —confirmó—. Ahora diga que es lo que quiere. Mi tiempo es muy valioso, ¿sabe?

La adulta llevo la mano hasta su capucha, jalando un poco hacia atrás, para que él pudiera ver su rostro.

—Sere rápida, no se preocupe. Sé que usted tiene siete niños y quería darle a esta... —miró a su bebé, que dormía plácidamente—. Hermosa bebé.

El Señor Hargreeves negó.

—No. Yo no crio niños por diversión —respondió de manera fría—. Que tenga buena tarde.

Luego de decir esto, dio media vuelta y se adentró a la mansión. Antes de que la puerta fuera cerrada totalmente, habló rápidamente.

—Ella tiene poderes —soltó sin más. Reginald volteo a verla—. Un día, estaba ordenando su ropa cuando todo empezó a flotar. No sabía lo que pasaba y cuando me di la vuelta para sacarla de ahí... —se calló.

—¿Qué paso? —preguntó, intrigado.

—E-ella... sus ojos... sus ojos brillaban de color rojo —terminó de responder, posando su mirada a la bebé, al igual que Reginald.— Y es por eso que no la puedo tener conmigo. Por favor, deje que se quede aquí

Como última cosa, le mostró una mirada suplicante. Reginald no mostró mucho interés por esto, porque su mayor interés pasó a la bebe que se encontraba en los brazos de la mujer. Una niña con superpoderes. Alguien más que podría salvar al mundo. Una heroína más.

Si bien le parecía extraño el brillo rojo que aparecía en sus ojos, nunca creyó que sus poderes ya se dieran a notar. Los niños que él había conseguido, no han demostrado nada raro aún.

Por el lado de la mujer, quien deseaba con muchas ansias a que aquel hombre aceptara a su única bebe. Lo único que era capaz de pedirle al universo era eso. Que Reginald Hargreeves, la aceptara.

—De acuerdo —accedió—. Se quedará aquí. Pero lo único que necesito es su firma para los trámites de la adopción.

—¿En serio? Gracias, gracias —sonrío felizmente.

La bebe ya había despertado de su gran sueño. Tenía los ojos puestos en su madre, que, al verla sonreír, ella también lo hizo; dejando ver que claramente no tenía dientes.

—Mandeme los papeles por correo. En estos momentos tengo prisa. —dijo, algo temerosa.

—Está bien.

Posó su mirada en la bebe. Era lo correcto, no había forma. Si no lo hacía, su hija correría peligro. No dejaría que pasara, y es por esa razón que dejarla en este lugar era lo mejor. Para la niña en sus brazos y para ella. Sus ojos se cristalizaron. Era la despedida definitiva.

—Lo siento —murmuró, dejándole un pequeño beso en su pequeña frente—. Espero que, algún día, puedas perdonarme.

Antes de empezar a desparramar varias lágrimas, que ansiaban con salir, le entregó cuidadosamente la bebe a Reginald. Para después, darse la vuelta e irse corriendo rápidamente.

Un fuerte trueno se escuchó al mismo tiempo que la bebe comenzaba a llorar, ya que no sentía los brazos de su madre. Ni siquiera pudo sentirla cerca de ella. La lluvia volvía a caer, pero más fuerte.

El fuerte llanto, que provenía de la pequeña en brazos del multimillonario, no paraba. Al parecer, aquella bebe sabía que su madre la había abandonado, que la había dejado y no volvería. La mujer podía escucharlo, quería volver. ¿Qué la detenía? Lo único que lo hacía era el destino de su hija.

Era lo mejor. Era por su bien. La iba extrañar, obviamente. Ojalá pudiera decirle que era por su bien, pero era tan solo una bebe. No había vuelta atrás, no lo habrá jamás. Su plan era dejarla en un lugar en donde no pudieran hallarla y, cuando lo hiciera, alejarse y no volver.

Para siempre.

Uncontrolled | number five  [EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora