Uno.

113 5 0
                                    

El rostro de Minnie estaba pálido como el de una muerta. Sus ojos
permanecían clavados en el respaldo de tela cubierto de manchas de la
butaca que tenía delante, y se mordía el labio inferior con tanta fuerza que
Meg temía que acabara por hacerse una herida. Nunca había visto a Minnie
tan mareada.-Mins, ¿estás bien?
Su amiga hundió las uñas en la butaca.
-Sí.
-Te estás poniendo verde.

El ferry se inclinó hacia la izquierda al recibir por estribor el golpe de una ola
especialmente grande, y Minnie se cubrió la boca con las dos manos. Por un
instante, Meg creyó que su mejor amiga iba a vomitar allí mismo, en la cabina
de pasajeros, pero Minnie se relajó a medida que el barco recuperaba
lentamente la horizontalidad.
-Estoy bien -repitió, volviendo a bajar las manos.
-Sí, ya lo veo. -Meg rebuscó en su mochila y sacó una bolsa de plástico por
si acaso Minnie la necesitaba. Su amiga la aceptó con gesto distraído-.
¿Crees que todavía faltará mucho? -preguntó Minnie. Meg se echó hacia
atrás y apoyó los pies en la fila de asientos que tenían delante.
-Creo que ya casi hemos llegado.
-¿Lo prometes?
-No puedo prometerte cuándo llegará el ferry , Mins -suspiró-. Pero según
el horario, ya casi estamos, ¿de acuerdo?
-¡De acuerdo! -exclamó Minnie con brusquedad.

Meg reconoció aquel tono de voz de su amiga. Por norma general, indicaba un
rápido cambio en su estado de ánimo, algo que sucedía con demasiada
frecuencia en aquellos días, especialmente cuando dejaba de tomar sus
antidepresivos.
Pero, en lugar de preguntarle por sus medicamentos, lo que daría lugar a una
discusión, intentó que Minnie pensase en otra cosa.
-¿Te acuerdas cuando tus padres me invitaron a Friday Harbor? -Fue el
verano antes de comenzar el instituto, la primera vez que la familia de Minnie
la había invitado a pasar las vacaciones con ellos.
Un atisbo de sonrisa apareció en la comisura de los labios de Minnie.
-Te mareaste un montón.
-¿Verdad que sí?
-Lo echaste todo en el baño de aquel ferry .
-Pensé que tu madre iba a tirarme por la borda -se rio Meg.
-Yo también -dijo Minnie seguido de una risa tonta.

Aquel no era uno de los mejores recuerdos de Meg, pero pensó que quizá
serviría para que Minnie se distrajera y dejara de pensar en su estómago
revuelto.
-Y tú no estabas mareada en absoluto. Así que estoy segura de que podrás
aguantar hasta que lleguemos a Henry Island.
Minnie negó con la cabeza.
-Pero entonces era verano. Cuando el mar está en calma -dijo, señalando
con un gesto hacia los ventanales-. No como ahora.
Meg miró hacia el exterior.
-En eso tienes razón.

Meg miró por la ventana. La lluvia había amainado momentáneamente, ya no
había surcos de agua zigzagueando por los cristales; el viento, sin embargo,
había aumentado. Aullaba a través de la cabina, azotando el barco desde la
proa y golpeando ambos lados con una fuerza casi sobrenatural.
Minnie apoyó la cabeza sobre el hombro de Meg.
-Quizá no deberíamos haber venido.
-Es un poco tarde para eso -repuso Meg, sin poder contener la risa.
-Lo sé, pero...
-Pero ¿qué? No has hablado de otra cosa que de esta fiesta desde el martes,
cuando recibimos las invitaciones. No te había visto tan excitada desde que tu
padre te regaló una tarjeta de crédito por tu cumpleaños.
Minnie se irguió en su asiento.
-Jessica Lawrence nos ha invitado a su fiesta. No se puede rechazar una
invitación como esa, pero... -soltó un profundo suspiro-. No sé. No es que
seamos amigas.
-Tú lo fuiste -dijo Meg, sin pararse a pensar.
-Ya, pero eso era antes... -Minnie dejó la frase inacabada, pero Meg sabía lo
que había estado a punto de decir: «antes de que aparecieras tú»-. Ha
pasado mucho tiempo -concluyó Minnie.

Las palabras que no había llegado a pronunciar se quedaron flotando en el
aire como el humo de olor rancio de un cigarrillo. Meg había sido la causa por
la que Minnie había caído en desgracia en el mayor instituto de Seattle.
Ambas lo sabían, pero era un tema delicado y muy pocas veces hablaban de
ello. Minnie giró la cabeza hacia el ventanal y fijó la mirada en la oscuridad
que las rodeaba, y Meg lamentó haber mencionado su antigua amistad con
Jessica.
Para distraerse, sacó de su mochila una copia de la invitación que había
recibido por Facebook y la releyó por enésima vez:

¡Shhh! ¡No se lo digas a nadie!
QUÉ: Una fiesta que hará historia.
CUÁNDO: Durante el puente del President's Day .
DÓNDE: White Rock House, en Henry Island.
POR QUÉ: Porque si te pierdes esta fiesta, te arrepentirás el resto de tu vida.
Una casa con todo lo que necesitamos para pasar tres días enteros. ¡Como si
fueran las vacaciones de primavera, pero en febrero! ¡Tenemos ferrys
especiales y todo!
Pero mantenlo en secreto. No queremos que se presente cualquiera. ¡Estoy
deseando verte allí!
Jess

Meg nunca se sentía a gusto en aquella clase de fiestas; la mayor parte del
tiempo se la pasaba deseando mimetizarse con el papel de las paredes y
rezando porque nadie se fijara en ella. Pero Minnie estaba entusiasmada.
Había llegado la gran ocasión para unirse al grupo más popular del instituto,
y había sido incapaz de negarse.

Con algo de suerte, podría encontrar algún momento para estar sola durante
el fin de semana, y quizá darse un paseo por las playas de la isla o descubrir
un lugar aislado en el que poder escribir en su diario o en el portátil.
Una ráfaga de viento golpeó el ferry , haciendo vibrar los ventanales. Meg
dejó escapar un suspiro. ¿Quizá podría escribir en un lugar aislado dentro de
la casa? ¿Un cuarto de limpieza o algo así? Maldita tormenta.
-Eh, no quiero que te pases todo el fin de semana delante de tu portátil -le
soltó Minnie.
Meg se sobresaltó. ¿Realmente era tan predecible? Vaya.
-Vale, vale.
Minnie apretó la bolsa de plástico entre sus manos y esta produjo una especie
de crujido.
-Este fin de semana te vas a divertir, por mucho que me cueste.
-Siempre me divierto -repuso Meg, mordiéndose el labio.
-Estás de broma, ¿no?
Ahora era el turno de Meg de mostrarse enfadada:
-Mins, ¿de qué narices estás hablando?
-Eras divertida -respondió Minnie, con un suspiro dramático-. ¿Te
acuerdas? Hacíamos locuras. Ahora eres...
-¿Qué soy? -preguntó Meg, y cambió de posición.
-Aburrida.
-No soy aburrida.
Minnie resopló.
-Además, podríamos habernos divertido en casa. Y no haber mentido a
nuestros padres para irnos a una fiesta en una isla en medio de ninguna
parte.
Minnie levantó sus manos en el aire.
-No está en medio de ninguna parte. La mitad de la población de Seattle
tiene una casa de veraneo en las islas de San Juan. Y no podíamos decírselo a
nuestros padres -dijo, enfatizando sus palabras con un gesto de la cabeza-.
Sobre todo después de que esta mañana encontrasen ese cuerpo en Everett. Mi padre jamás me habría dejado ir.

Meg se estremeció. Lo había visto en las noticias, se habían encontrado los
restos calcinados del cuerpo de un hombre en los vestuarios de chicos de su instituto rival, el Mariner. Era un crimen atroz y, hasta el momento, el cuerpo no había podido ser identificado.
-Lo último que necesito este fin de semana -prosiguió Minnie- es que mi
padre aparezca por ahí para vigilarme. Lo echaría todo a perder.
-Sí, supongo que tienes razón. -A pesar de lo lejos que estaba la isla, Meg
no podía evitar estar de acuerdo con Minnie en que el hecho de que su padre
se presentase en la fiesta no era una opción. Minnie puso su mano sobre la de
Meg y se la apretó.
-Escucha, nos lo vamos a pasar bien. Lo necesitamos. ¿De acuerdo?
Meg se esforzó por sonreír. Su amiga tenía razón, no podía negarlo. Durante
los últimos meses había existido una cierta tirantez entre ellas. Primero, a
Meg la habían aceptado en la Universidad de California, cosa que Minnie interpretó como que Meg la estaba abandonando; luego Minnie había tenido
sus más y sus menos con la nueva medicación. Y, por supuesto, estaba
también la catástrofe de la fiesta de bienvenida...
Para, se dijo Meg a sí misma. Tenía que quitarse aquella noche de la cabeza.
Ya formaba parte del pasado. Y, de todos modos, en cuestión de pocos meses
nunca volvería a verlo.

Sin previo aviso, el rugido sordo de los motores bajó de intensidad y Meg notó
que el ferry aminoraba la marcha. Un segundo más tarde, un mozo de
cubierta con pinta de sucio y envuelto en un chubasquero naranja se asomó a
la cabina:
-Henry Island. Atracaremos enseguida.
-¡Por fin! -exclamó Minnie, poniéndose en pie de un salto. Sacó su maleta
con ruedas y dos pequeñas bolsas del portaequipajes, luego se puso su abrigo
y miró hacia atrás por encima de su hombro mientras salía a cubierta:
-Intenta recordar que esto es una fiesta. «Fiesta» es sinónimo de
«diversión».
Meg soltó un suspiro. «Fiesta» es sinónimo de «diversión». Genial. Sí. Fiesta.
Respiró hondo, se puso la mochila en los hombros y siguió a Minnie a
cubierta.

Diez- Gretchen McneilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora