Blanca

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Te sientas ante un insulso programa de televisión y enciendes un cigarrillo. Fuz,la gata, ronca novillada en su canasto. Tienes ganas de irte a la cama. Consultas el reloj. Echas la cabeza hacia atrás, en un gesto de cansancio. Repasas por enésima vez las obligaciones de mañana: ir a recoger los libros de Laura, Alex necesita el coche no hay leche...

A ver si la niña no tarda mucho, y por lo menos,puedes dormir cinco o seis horas. Ya sabes que ella se enfada cuando se lo dices,pero no estas tranquila cuando anda por ahí. Te pasa todos los fines de semana,claro, y también durante la semana de las fiestas del pueblo. Menos mal que esta ya es la ultima noche y mañana podrás recuperar las fuerzas, que buena falta te hacen. Por fortuna, septiembre está ya a la vuelta de la esquina: el colegio, el orden,el fin de este calor asfixiante... Septiembre representa, en cierta medida, tu salvación.

Hace años que te sucede lo mismo. Desde que te quedaste sola y con dos hijos. Laura no llegaba a los doce años, su hermano ya casi estaba en la universidad,y no era cuestión de que ellos se sacrificaran. Fueron años durísimos,pero pasaron volando. Ahora quieres que Laura tenga las mismas oportunidades que su hermano. Ella dice que quiere estudiar Turismo,pero por ahora es una cabecita loca que solo piensa en divertirse y en Nacho (o al revés) y que cuando pone un pie en la calle no regresa antes de las cuatro de la mañana. Ya sabes que tienes suerte ,porque casi todas las amigas de tu hija vuelven más tarde, casi al amanecer, o incluso después; y son menos sensatas que Laura.

A esa pregunta que te formulan diez veces cada semana,cuando alguien adivina tus ojeras bajo el maquillaje, tú sueles responder siempre con la misma broma:

- Es que tengo una hija adolescente.

Una respuesta, por cierto, que a Laura no le hace ninguna gracia.

Te has prometido a ti misma no picar por las noches,pero la cocina ejerce sobre tu subconsciente una especie de atracción magnética, y más cuando estás preocupada, ni que sea un poco,como ahora.

Para entretener la espera, o para no dormirte, decides inspeccionar la nevera. Encuentras unas ciruelas negras y las lavas bajo el grifo. Podría haber sido peor ,piensas, por suerte no hay chocolate ,ni dulces ni nada de lo que después tengas que arrepentirte. Te sientas a la mesa de la cocina, con un pedazo de papel robado de rollo y las dos frutas espléndidas.  Te encanta esta primera sensación al morder la carne de la ciruela.

El reloj de la cocina te advierte de pronto de qué es más tarde de lo que consideras prudente.

Buscas el teléfono y te detienes un segundo antes de tomar la determinación de llamar a Laura. Sabes que a ella  no le gusta que la llames cuando está por ahí con su amigos y en parte tiene razón: hay ocasiones en que las madres podemos llegar a ser un fastidio. Sin embargo, de nuevo el reloj te recuerda que ella suele estar en casa a estas horas, y al fin te 

decides.

Contesta de inmediato, contrariada.  Ni siquiera te deja hablarle de tu preocupación. Laura te conoce demasiado bien. Sabe por qué la llamas y dice:

- Ya voy , mamá.Cinco minutos.

Sin embargo,  no tarda cinco minutos. La espera se te hace eterna sin apartar los ojos de los números del reloj. Sobre la mesa de la cocina reposan los huesos de las ciruelas , y ahí van a estar  durante varios días, hasta que alguien, uno de los muchos extraños que visitarán la casa atribulada , los tire a la basura con una mueca de asco.

Pero ahora no puedes saber nada de todo esto.

Ahora vuelves a marcar el mismo número de tu hija. Los cinco minutos hace un rato que han pasado y ella no está aquí. La señal suena y suena y Laura no responde. Vuelves a marcar, esperas de nuevo. Sientes como si de pronto el corazón se te llenará de plomo.  Miras por la ventana. La calle está desierta.

Si hubieras mirado solo cinco o seis minutos antes lo habrías visto todo. Acongojada , contienes las lagrimas de tu fatal presagio y te preguntas qué debes hacer ahora.

Los ojos del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora