La vida de Jimin se convirtió en una auténtica locura cuando, a los quince años, un cazatalentos lo descubrió patinando por pura diversión en la pista cubierta de su ciudad.
Desde entonces todo comenzó a girar en torno al patinaje y terminó convirtiéndose, a sus escasos veintidós, en una estrella internacional.
Entrenó con los mejores, compitió en los campeonatos más prestigiosos de todo el mundo y se hizo con decenas de trofeos y medallas en cuestión de poco más de un par de años.
Jimin descubrió que había nacido por y para el patinaje artístico, hasta que una inesperada lesión truncó su carrera de la manera más cruel posible y le tocó dejar de viajar, volver a casa y recuperarse.
A causa del accidente y de no poder hacer lo que tanto amaba, el rubio cayó en una profunda depresión. Apenas comía lo justo para sobrevivir, prácticamente no salía de su casa y había dejado a sus viejos amigos de lado. Se encerró en su tristeza y dejó de calzarse sus patines durante meses.
Pero cuando su tobillo comenzó a mejorar y volvió a sentirse capaz de bailar sin dolor, comenzó a recuperar la fe y a creer que todavía estaba a tiempo de reanudar su carrera.
Fue una calurosa tarde de primavera cuando se armó de valor por primera vez después de mucho. Se puso sus mallas deportivas, una camiseta ancha y guardó sus viejos patines en la mochila. Salió de casa y se dirigió a la pista donde años atrás, todo había comenzado.
Volver a sentir el hielo bajo sus pies le hizo recordar cientos de momentos maravillosos y mientras se deslizaba sobre él con suavidad, las lágrimas comenzaron a brotar, empapando sus mejillas de melancolía.
Se dejó llevar tanto por la pasión que el patinaje le provocaba, que no se dio cuenta de que a lo lejos, un chico de tiernos hoyuelos lo observaba fascinado.
...
- ¡Disculpa! Tengo que cerrar. - le dijo el muchacho llamando su atención y sacándolo de su trance.
- ¡Oh, claro! Perdona. - se disculpó él avergonzado, dejándose caer con rapidez sobre uno de los bancos para descalzarse los patines.
El muchacho le sonrió, provocando en él un escalofrío cuando vio como dos hoyuelos asomaron a cada lado de sus mejillas.
- Abrimos a las nueve de la mañana de nuevo, por si quieres venir. - le respondió él frotando con timidez su nuca. Jimin le devolvió la sonrisa y asintió con la cabeza.
- ¿Ahora eres tú quien se encarga de mantener esto? Pensé que aún seguiría el señor Kim.
- El señor Kim es mi padre. - el rubio lo miró sorprendido, había visto muchas veces al hijo del señor Kim cuando era más pequeño y no se parecía en nada a ese muchacho tan alto y corpulento.
- ¿Cuántos hijos tiene el señor Kim? - el chico soltó una carcajada algo confundido. No entendía el porqué de esa pregunta.
- Solo a mí que yo sepa.
- ¿De verdad? - el muchacho asintió con la cabeza sin dejar de sonreírle, y Jimin comenzó a ponerse tímido. - Discúlpame es que no te recordaba así.
- Yo si te recuerdo a ti, aunque ahora eres rubio. - le dijo señalando su pelo teñido. - Jimin, ¿verdad?
- Sí, mucho gusto...
- Namjoon. - el rubio sonrió avergonzado y estrechó su mano. Sorprendiéndose por lo grande que era en comparación con la suya.
- Un placer, Namjoon.
Se ató los cordones de sus deportivas, cogió su mochila y se dispuso a salir de la pista. Pero antes de atravesar la puerta, se giró por impulso y se quedó mirando al chico que terminaba de recoger para salir.
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El frío también quema [MINIMONI] One Shot
FanfictionPark Jimin es un reputado patinador sobre hielo, conocido en el mundo entero, que se ve obligado por una inesperada lesión a aparcar su carrera de forma indefinida y volver a casa. Allí se reencontrará con Kim Namjoon, el hijo del conserje de la pis...