En épocas de vacas flacas, Samanta se las rebuscaba vendiendo unos exquisitos panes saborizados. Recorría las oficinas, los negocios y las plazas.
En una de sus incursiones a una empresa se encontró con Javier, su compañero de pasiones, quién la invitó a su oficina a tomar unos mates y charlar un rato. Estaba por almorzar algo a la pasada y tenía algunos minutos para distraerse. A pesar de que los separaban diez años de edad, compartían los mismos gustos en la cama: juegos de roles, sadomasoquismo. Experiencias que abrían el abanico de los placeres para aquellos dos curiosos ávidos de explorarlo.
La conversación fue deslizándose irremediablemente al deseo de tener sexo ahí mismo. Cuando no hubo vuelta atrás y las indirectas se hicieron insostenibles, Samanta se abalanzó voraz sobre Javier y lo arrastró contra el escritorio. Era su posición preferida, le encantaba ser poseída de esa manera, dejar que lo hagan todo por ella, que la obliguen. Javier se entusiasmó, la puso de espaldas y comenzaron a jugar al jefe y la secretaria.
Sin reparar en los ruidos que hacían, todo se desvirtuó por completo.
Fuertes golpes en la puerta los sorprendieron. Él juró que la había cerrado con llave, pero nada de eso era cierto.
Sin esperar respuestas, ante la mirada de todos los empleados que observaban la situación, el gerente abrió la oficina. No detuvo su paso al encontrar casi desnudos a los dos pecadores. Se metió rápidamente en el cubículo y cerró la puerta.
Javier se sintió despedido. Samanta, se incendió.
Los empleados, que seguían de pie mirando fijamente la puerta como si tuviesen rayos x, esperaban el fatídico desenlace. Tras varios minutos en los que se escucharon algunos murmullos y fuertes suspiros, Samanta salió de la oficina acomodándose la pollera y los pelos, a la vez que dirigía hacia los demás una sonrisa diabólica. Se sentía realizada.
A partir de ese día y sin que nadie evitara saber la razón, Samanta pasó a ser la secretaria del gerente y de Javier. Siempre se los veía reunidos a los tres, en alguna oficina olvidada, hasta altas horas de la noche.
