Libertad

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Él era solo un chico, de quince años tirando para los dieciséis, de nombre desconocido y, por sobretodo, infeliz.

Esta infelicidad era extraña, todos la notaban pero nadie la entendía, la gente a su alrededor se preguntaba "él lo tiene todo, una familia que lo ama y se preocupa por él, no le falta el dinero, tiene amigos y nadie lo molesta con nada, ¿si tiene tanto por que sigue sintiéndose cómo un desgraciado?" Pero, el verdadero motivo de su infelicidad perpetua se encuentra explícito en la primera frase de este escrito; era un chico, este era su problema, nació cómo un hombre, cuando por dentro era una mujer, y él lo sabía muy bien. Ese fue su gran pesar, la piedra en el zapato que se sentía cómo una montaña entera que arrastraba con cada paso que daba.

Se veía a sí mismo cómo una actriz, que obligada por la vida, debía interpretar el papel de un hombre hasta el fin de sus días. Por desgracia para nuestro infeliz, no podía contarle  a nadie sobre su performance, porque si lo hacía, su vida se derrumbaría, su amada y preciada familia le daría la espalda, no conseguiría nada más que ser castigado y reprimido, por lo que estaba solo. Pero, durante una ducha, el desgraciado, que hasta ahora siempre había sido ateo, decide intentar algo, arrodillarse, agachar la cabeza y orar. "Sé que no he sido el mejor creyente, de hecho, ni siquiera lo he sido, he insultado tu nombre y he negado tu existencia, pero por esta vez, quiero creer que estás ahí escuchándome, esta vez quiero pedirte un deseo, hazme feliz, conviérteme en lo que siempre he sido, una mujer. Llévame a mi verdadero yo, por favor..." pronunció el chico, mojado, con lágrimas en la cara y agua caliente en la espalda.

Pensaba que su llamado no sería escuchado, que el milagro que pedía sería ignorado por una probablemente inexistente deidad, pero, contra todo pronóstico, escuchó en su cabeza una dulce voz, serena, agradable y misericordiosa, que recitaba para él; "te he escuchado y cumpliré tu deseo, te liberaré de tu cárcel llamada cuerpo, serás cómo anhelas ser y llegarás a la felicidad, pero para esto debes cumplir con solo una condición". Cuando escuchó la promesa, las lágrimas en su rostro dejaron de ser tristes y se convirtieron en alegres y dichosas. "¡Haré lo que quieras, solo debes decir qué y cumpliré con todo!", las palabras salían de su boca rápidamente, pronunciadas con la emoción propia de un niño en una dulcería. "Eso es justo lo que quería escuchar, esta es la condición; debes morir. Si cierras este ciclo empezarás otro, y la única forma de cerrarlo es muriendo, espera a morir. Muere y serás feliz".

Él desgraciado lo había conseguido, se sintió verdaderamente alegre por primera vez en su vida, su agotadora actuación tendría finalmente su paga, y con esto en mente, durmió pensando en el mañana, pensando en su brillante futuro.

Ya era de día, feriado, por lo que nadie salía ni a trabajar ni estudiar, por esto mismo, ella decidió complacer a su hijo llevándole el desayuno a la cama. Le preparó lo que más le gustaba, dos panes con huevo y una taza de leche. La señora caminaba calmada y lentamente, con las manos ocupadas con la bandeja hasta la habitación de su crío, abrió frívolamente la puerta, sin imaginarse el paisaje que vería dentro, "buenos días hijo, te hice el desayu-", la última palabra de su frase fue interrumpida por dos estruendos. El primero de ellos fue el sonido de la bandeja, los platos y la taza estrellándose con el piso flotante. El segundo fue un grito, un desesperado alarido que soltó la madre al ver a su hijo colgado del ventilador y una silla del comedor tirada en el suelo.

No murió triste, todo lo contrario, morir fue lo mejor de su vida, dejó este mundo con una sonrisa en el rostro y un imparable torrente de lágrimas cálidas que no dejaban de fluir, incluso después de 7 horas estando muerto. Escribió una nota, de despedida, más no de suicido, era una hoja que sacó de uno de sus cuadernos, nada muy especial, la nota oraba "no me lo van a creer, me respondió, hablé con Dios y prometió hacerme feliz, por eso hago esto. Pero no puedo irme sin pedir disculpas. Papá, mamá, perdónenme por haberles hecho esto, discúlpenme por haber nacido cómo un hijo y no cómo una hija, ya que si lo hubiese hecho, no hubiese tenido que pedírselo, y no los hubiese dejado. Los ama, su niña, Ann..."

La familia estuvo en un sepulcral silencio, una semana entera, desde que encontraron el cadáver hasta el entierro de Ann. Pero de lo que nadie pudo percatarse fue que durante toda esa semana, ese silencio fue violado por una fuerte carcajada que cubría y resonaba en los cielos, una carcajada que sonaba tan fuerte cómo la explosión de una bomba, pero que nadie podía escuchar. Esta, era la risa del Dios mentiroso.

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⏰ Última actualización: May 25, 2021 ⏰

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