La curiosidad mató al gato 2

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Me relajé, como cada mañana, mientras disfrutaba de mi café y observaba con deleite mi pequeño Edén. Lo que había comenzado hacía solo un par de años con el rescate de una planta medio moribunda y a mitad de precio de la línea de caja de un supermercado era hoy en día un frondoso y sano jardín improvisado que ocupaba la mayor parte de mi apartamento. 

«Las mismas manos que pueden quitar vidas, pueden también darla». 

Paseé entre ellas, arrancando una hoja marchita aquí, recolocando un tallo allá, y comprobando la humedad de la tierra de la forma más rudimentaria existente: tocando la tierra con los dedos.       

Una insistente luz parpadeante y el sonido de la vibración del móvil sobre la encimera de piedra de la cocina pusieron punto final a mi merecido momento de desconexión. ¡El deber me llamaba! Con un suspiro de resignación lo tomé y empecé a leer los mensajes recibidos mientras llenaba de nuevo la taza con el café ya templado que quedaba en mi vieja cafetera italiana. Todos eran lo esperado en un día de trabajo cualquiera, por lo menos hasta que llegué al último. Número desconocido y únicamente el enlace a un archivo.  

No lo abrí inmediatamente si no que esperé a que el microondas hiciese su magia sobre mi oscura bebida. Con la taza de nuevo en una de mis manos, a una temperatura más adecuada, y el móvil en la otra, me dirigí a la sala de estar, luminosa a pesar de la lluvia, y me senté en el sofá. Di dos tragos, observando aún el mensaje, y con esa creciente sensación de mariposas que se asientan en el estómago provocada por los nervios al encontrarte ante lo desconocido. Pero ¿qué hacía alargando lo inevitable? Finalmente di al enlace y una seria invitación se abrió en la pantalla. Fondo sepia y letras cursivas excesivamente enrevesadas. Era una invitación para el siguiente fin de semana a una gala benéfica y entre los invitados importantes, como era de esperar, toda la familia Wolfard. ¿Una indirecta de que quizá estaba tardando más de lo que esperaban? ¿O era simplemente un estímulo para realizar el trabajo esa misma noche?  

Después de leerla detenidamente una segunda vez di un rápido repaso a mi agenda. Tenía planeado salir en un par de días para un trabajo fuera de la ciudad. Dejé tanto la taza como el móvil sobre la pulida mesa de café, pensativo, y mientras sacaba un viejo pero bien cuidado estuche de piel de un hueco de la librería, hice veloces cálculos mentales. Si salía a lo largo de la mañana y realizaba el encargo rápido podría llegar a tiempo a la cita. ¡Y desde luego que quería ir!  

Con movimientos seguros abrí el estuche y fui dejando sobre la mesa de forma ordenada varios de los objetos que guardo con cuidado y mimo en su interior. Mis manos se fueron solas a uno de los brillantes escalpelos, tomándolo con respeto. Lo volteé un par de veces entre mis dedos.  

«Tampoco es necesario realizar el “trabajo” con excesiva rapidez» pensé antes de guardarlo de nuevo, sonriendo. 

Tras una rápida ducha y echar un par de prendas en una bolsa de fin de semana, me dispuse a salir de mi apartamento listo para las largas horas de viaje que me esperaban por delante. Como era habitual, tropecé con la alfombra del pasillo de entrada, maldiciendo el momento en que decidí ponerla ahí, mientras cogía la cazadora. Cerré la puerta de forma mecánica, repasando que no olvidaba nada, cuando al inclinarme para tomar de nuevo la bolsa de piel un brillo sobre el felpudo de “bienvenida” captó mi atención. Recogí el objeto y lo dejé colgar entre mis dedos. Era un largo pendiente de brillantes. Sin darle mayor importancia lo arrojé en el bolsillo de la cazadora mientras salía a la lluviosa mañana en dirección a mi coche.  

El sonido de charlas y risas me dieron una ruidosa bienvenida nada más abrirse las brillantes puertas del ascensor. La gala se celebraba en la última planta de un lujoso hotel, con unas maravillosas vistas de la ciudad a sus pies. De no ser por la contaminación lumínica también podría ser un lugar estupendo desde el que poder disfrutar del oscuro cielo estrellado. 

La curiosidad mató al gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora