Nuestra vida se puede comparar con un laberinto, desde que nacemos hasta que morimos.
Cuando damos nuestros primeros pasos, pensamos que todo será fácil, sencillo. Pero poco a poco vemos que todo se complica, muros se te cruzan, todo se vuelve más oscuro y cada vez sientes más impotencia y menos ganas de seguir.
Nuestra primera etapa de vida es ingenua, no hay preocupaciones, todo es como un juego. Somos demasiado pequeños para saber a dónde vamos y que hacemos. Poco a poco nos vamos sumergiendo más en el laberinto, sin saber donde acabaremos.
Las únicas preocupaciones son los amigos y pasarlo bien con ellos, una época muy sincera que se va olvidando.
Cuanto más mayor te haces, el laberinto más complicado se vuelve, tienes que tomar decisiones para tu futuro.
Por ello el laberinto se cierra más y más, los caminos se cruzan unos con otros. Las personas se vuelven insensibles y menos sinceras. Toda tu inocencia va desapareciendo.
Cuando estás ahí solo tienes dos opciones, quedarte o continuar. La gente que decide quedarse ya no se la vuelve a ver, se pierden por caminos infinitos. Personas sin esperanza con una vida muy dura.
Y debes continuar aunque sientas que no puedes mas, debes continuar para poder llegar allí, a un lugar totalmente desconocido, un lugar donde te encontraras a todos tus amigos y familiares que una vez dejaste atrás.